miércoles, 27 de octubre de 2010

La piñata roja

Si agosto fue inagotable, hay meses que simplemente se esfuman. Como octubre.

Todo empieza por una piñata roja que compramos cubierta de polvo en una tienda de un pueblo perdido entre pirámides mesoamericanas.

"Ándale, ¿cuánto es lo menos?", pregunta mi acompañante español con un intento de acento mexicano a la tendera despeinada. Ella contesta con una risa tímida "son dos pesos y medio". "Ayyy... pero ¿cuánto es lo menos con ganas de vender?", insiste.

Con una mezcla infinita de felicidad y vergüenza, me di cuenta entonces de que el viaje había valido la pena.

El recuerdo te lleva a esos momentos únicos y, con la cuenta atrás ya en marcha, llega la nostalgia de un año demasiado inabarcable. Da un poco de miedo el precipicio del "y después qué", pero reconozco que no tengo derecho a quejarme de nada.

En un mes, he comprado piñatas en un pueblo perdido de México después de haber visto uno de los atardeceres más ricos en comida, compañía y vistas de mi vida. Me he perdido por Nueva York gustosamente entre chinos que nos prohibían hacerles fotografías y modernos en lo alto de un parque soleado. He pasado horas mirando Manhattan desde el banco más abandonado de turistas del mundo. Y por Washington, me he paseado tropezándome con Aznar mientras comíamos una hamburguesa, he visto más fantasmas en un tour de lugares encantados, Obama bajó de su helicóptero mientras mirábamos caer el sol desde el hotel W y me he escapado a un bosque de hojas secas llamado Shenandoah, que significa hija de los cielos.

Para rematar un mes redondo, he podido reencontrarme con amigos que pensaba no volver a ver en medio de un Halloween loco en el que conseguí atisbar a Jon Stewart y Stephen Colbert, mis ídolos de la sátira política estadounidense.

Sólo quería hacer recuento para no olvidar lo irrepetible. Porque el tiempo pasa y todo se va, incluso mis queridos octubres.

martes, 26 de octubre de 2010

Platón, escribir y periodismo

No me gusta escribir entradas sobre periodismo porque sé que inevitablemente, debido a cuánto me gusta y a cuánto me importa, se convertirán en pajas mentales inaguantables. Pero hoy me he encontrado con dos periodistas hablando por teléfono en el New York Times que me han hecho pensar y no por lo que decían, que también es interesante. Básicamente, mi descubrimiento, que se puede encontrar en la sección de opinión Bloggingheads desde hace tiempo, son dos expertos que discuten mientras se graban con una webcam sobre un tema de actualidad o de interés.

La idea de este formato surge de Robert Wright, un periodista que creó hace unos cinco años una web con ese mismo nombre para que científicos divulgaran en un diálogo sosegado y sin los corsés de la entrevista o la edición audiovisual el conocimiento al modo socrático.

Al verlo me acordé de nuestras míticas clases de géneros periodísticos en la Universidad de Valencia y pensé "olé, ya han creado un nuevo género de opinión para estudiar en facultades de periodismo".

Y al reflexionarlo me fascinó pensar que la tecnología pudiera revivir y potenciar un clásico como Platón y sus diálogos socráticos; ya sabéis, sus teorías a través de dos hablantes y el arte de la dialéctica. No es exactamente lo mismo, pero se acerca.

Hay otras muchas aplicaciones experimentales y consolidadas de lo digital que se ven en periodismo en EEUU. Me extendería hasta escribir una tesis doctoral, pero os lo resumiré en un par de tendencias (nuevos géneros y abaratamiento de costes) para ver las ventajas y también los peligros de estas nuevas formas.

Primero, los "slideshows", galerías de fotos con sonido, a caballo entre lo audiovisual y lo radiofónico. Por una parte, fotografías preciosas se reciclan y toman nuevas categorías informativas, lo cual es una alegría creativa y un buena gestión de recursos. No podéis imaginar cuántas buenas instantáneas tira a la basura un buen fotógrafo porque no caben en el papel o en una portada digital. Por otra parte, voces reviven y sonidos se intercalan mientras imagen, rótulos o incluso gráficas apoyan la pieza.

Si se sabe cómo construir y utilizar esos recursos, algunos de ellos, también en el New York Times, pueden convertirse en poesía periodística. (Uy, ya se me coló. A eso me refería con mi onanismo periodístico).

El otro ejemplo se refiere a cómo el quehacer periodístico se abarata y corrompe (a veces sin intención) con la tecnología.

En este país, cada vez más ruedas de prensa son telefónicas o por Internet, lo cual significa que el periodista ni ve la cara de los que hablan. En muchas ocasiones, el periodista se queda viendo CNN. Por tanto, se pierden testigos de los hechos. Discursos políticos y conferencias se transcriben y se cuelgan en la red. Consecuentemente, más medios ahorran gastos y se dedican a leerlos desde su ordenador, mientras que los que tienen más recursos envían a sus periodistas que hacen las preguntas. Y como es obvio, el teléfono es el medio preferido en el 80 por ciento de las entrevistas de un día cotidiano y el correo electrónico es el medio más usado para excusarse con cortesía de cualquier hecho. Esto facilita tanto como acomoda (o aburre) al profesional.

Y en definitiva el acceso tecnificado, global y más amplio a la información y los hechos quita de la escena física al periodista. No os digo nada nuevo, lo sé. Pero, por si no lo os imaginabais ya, en parte, eso es lo que hago yo en una corresponsalía en Washington.

Pero entre lo peor y lo mejor, me quedo con lo esencial. Hace unos años, después de media hora hablando sobre el periodista multimedia del futuro, un periodista de la BBC, convertido entonces en asesor de medios, me dijo algo que se me repite bastante. Como estudiante ingenua, le pregunté qué buscaba un medio como el ente público británico, tan innovador y tecnológico, cuando iba a contratar a un periodista.

Y me contestó sin dudar un segundo: que escriba bien.

Curiosamente, cuando empecé a interesarme por periodismo a los 17 años en un curso de periodistas en Alicante, Antonio Rubio, un periodista de El Mundo que destapó asuntos de los GAL, ETA y demás cosas, me dijo justamente lo contrario. Escribir bien no es lo esencial para ser un buen periodista.

Ninguno de los dos está aquí para profundizar en el tema, pero siempre entendí que para el de la BBC, escribir bien significaba no sólo expresarse bien, sino pensar bien. Para el de El Mundo, lo fundamental era llegar a la verdad y destapar casos, revelar lo inaccesible. Lo de escribir podía hacerse más o menos bien, y bastaba.

¿Y qué pienso yo después de no concluir en nada y escribir una decena de párrafos?

Que si pudiera, reuniría ahora a los dos en uno de esos "bloggingheads". Pero para eso ya estaba Platón y ahora el New York Times. Y yo me voy a dormir, que pensar tanto sólo consigue quitarme horas de sueño y agudizar los síntomas de hígado perforado por los litros de café que ingiero al día siguiente. Bona nit.