lunes, 1 de noviembre de 2010

Restaurándome




Para que voy a mentir, no me enteré ni de la mitad de los chistes porque ni se oían ni se veían en el súper mitin-comedia "Rally to restore sanity or/and fear" que reunió el sábado a "diez millones de personas" en la mayor y más simbólica explanada de Washington, el Mall.

Sólo pude disfrutar del ambiente y los cárteles, que fueron lo mejor a mi parecer, porque hacer comedia a una multitud no es tan fácil como estar en tu plató a gustito y manejando tus cámaras. Todavía menos cuando estás arriba de una súper plataforma frente a miles de ojos en directo y con el Capitolio a tus espaldas. Eso pesa y se notó.

Al final tuvo que dar explicaciones el padre del cotarro, Jon Stewart, y dar una lección de moral estadounidense. En ese momento me admití a mí misma que estaba un poco decepcionada porque estaba viendo una pizca de Glenn Beck, pero a lo secular. Cuando explicaba el significado de la marcha a un hombre de origen chino en el autobús al día siguiente, me quedó claro. Su rostro de confusión se disipó en un instante cuando lo entendió y dijo "ah, como lo que hablábamos esta mañana en el sermón de la Iglesia". Efectivamente, le confirmé.

También mientras rumiaba todos esos enredos mentales bajo el sol otoñal y entre empujones en el Mall, levanté la vista y un cártel enfrente de mis narices me lo dijo aún más agudamente: "Comedians: the philosophers of our times" o "Humoristas: los filósofos de nuestros tiempos". La multitud reconocía en cierto modo eso. El humor (y un par de programas bien hechos) ofrecían más sentido común y razón sobre el mundo que les rodeaba que el resto de expertos, pensadores o periodistas que inundan las pantallas de televisión.



Sin embargo, la prensa estadounidense se empeña en catalogarlo como política, que en cierto modo lo era, pero volvemos al vicio infinito de poner etiquetas mal puestas. Era moral política, en el sentido de doctrina democrática, un poco también a lo Beck, pero basándose en su crítica repetida hasta la saciedad en su programa contra el "ciclo de noticias 24 horas". Es decir, la repetición de la no noticia alimentada por un sistema de medios comunicaciones saturado que busca sostenerse y mantener su negocio a partir de los espectáculos (sea un terremoto de Haití o unos premios MTV con un vestido de carne), el conflicto (sea un debate político o una guerra) y la controversia (sea sexo, verdad o mentira).

En parte es comprensible que la prensa disintiera. No iba a ser menos. Primero, porque es lo que tiene que hacer. Segundo, porque es obvio que pocos van a admitir públicamente: "Hey, Jon, tienes razón. Qué mal lo hacemos. Tu crítica es certera, aunque tal vez exagerada. Tú no tienes ni idea de qué es esto de la presión mediática. Y mira nuestros Pulitzer, mira qué bien lo hacemos cuando queremos".

Mi más humilde opinión es que el humor puede ser muchas veces más constructivo que el periodismo, como lo hicieron Groucho Marx o Charlie Chaplin, igual que lo pueden ser el cine o la ficción en televisión. Y si lo pueden hacer es porque son más libres a la hora de expresarse, mientras que el periodismo está atado a la realidad, al tiempo y a todas las normas deontológicas y de estilos que hacen al periodismo ser lo que es. En cambio, el trabajo de un humorista o una "obra de arte" tienen en sus manos todas las herramientas creativas del pensamiento para ejercer, valga la redundancia, su libertad de expresión dentro de un contexto menos anclado con los hecho o incluso desvinculado.

Un humorista como Stewart contestaría a esta réplica tan sugerente: ya nos estás comparando. Yo no hago noticias.

Espera, quedan dos argumentos, uno de defensa y otro para dar la razón a la crítica.

Todos los periodistas son conscientes de esos límites del medio y la expresión. Recuerdo a David Simon ("The Wire") cuando en una entrevista explicaba por qué saltó de la prensa a la ficción. Parafraseándole, concluía que él había escrito la misma noticia una y otra vez durante décadas, y cuando llegaba un nuevo periodista o un nuevo jefe la proponía y él decía: ¡pero si eso está ya contado! Lo escribí hace diez años. Lo repetí hace tres. Lo conté la semana pasada... Finalmente se daba cuenta de que su duro trabajo era muchas veces inútil porque nadie se había enterado. O si se habían enterado, nada había cambiado.


Sin embargo, no todos los periodistas son conscientes de su responsabilidad social. Y ahí es donde acierta con una puntería implacable el show del sábado. Pese a no tener toda la libertad y recursos para hacerse valer y ser lo que deberían ser, los medios sí que pueden ser cobardes e irresponsables, y ser culpables por despreocupación, con ignorancia o con deliberación del deterioro democrático.