jueves, 29 de abril de 2010

Entre North East y North West


Desde New York Ave, en el punto donde se parte en dos la ciudad. Izquierda, Noreste. Derecha, Noroeste. Como siempre, a lo lejos, el Capitolio, que es visible desde casi cualquier punto de la ciudad. Ningún edificio puede ser más alto que él. Y ahora debaten si poner tranvías o no, porque los cables aéreos pueden molestar la vista del omnipresente símbolo de la democracia.

lunes, 26 de abril de 2010

La otredad de la vida cotidiana


Es difícil dejar de ser extranjero. Al principio, te atormentas con el idioma. Water, water, water, ¡water!. Nunca olvidaré cuántas veces aquel cajero me lo hizo repetir. Después, exageras todo: están locos, míralos, con armas, ¡pegando tiros! Y por último te crees que eres como de aquí, te sorprende qué fácil es hacerse con el país, la gente, la cultura... Pero lo cierto es que inconscientemente sigues juzgando al otro en la vida cotidiana, sin parar y sin remedio.

Por ejemplo, entra la luz y te despiertas. Aquí no hay persianas como las de España.

Bajas al metro y el único sonido que se escucha en una parada con decenas de personas es la escalera mecánica. Piensas: en Valencia, los niños no se callan.

Por las calles, todos andan con sus termos de café. ¿Me debería comprar uno? Y el muñequito del semáforo no es verde, sino blanco. Qué cosas.

Vas a desayunar y las cafeterías llenas de gente no son para cotillear y charlar entre el humo del tabaco, las risas y los gritos de tu amiga loca, sino para despejarse solos, cada uno en una mesita, con un libro, el portátil y el Ipod.

Estás intentando escribir y las sirenas de los policías y ambulancias suenan más fuerte que en ningún otro lugar. ¡Por qué!

Sales del trabajo hacia al supermercado y llega el momento de mayores indecisiones del día porque los productos se multiplican en tipologías que no entiendes y tamaños siempre demasiado grandes. ¿Té lipton de 11 ounzes con menta? ¿Light? ¿Orgánico? ¿Con o sin cafeína? ¿O prefieres un 10 por ciento menos? ¿Este es dos por uno? ¿Aquél dos por tres? Y luego llegas a casa y no es té.

Quedas con un amigo para cenar y los camareros siempre te sonríen como nadie te ha sonreído en la vida, nunca te preguntan si quieres café y corren a traerte la cuenta en el último bocado.

Y de vuelta a casa, los vecinos a los que nunca hablas siempre te saludan con la cabeza y te dicen "how are you doing" y nunca sabes qué contestar porque sabes que en verdad no quieren saberlo y que "how are you doing" es un hola raro al que día a día contestas con un gesto incómodo y a veces un hey, pero siempre sin sentirte completamente natural.
Como si fueras otro.

domingo, 25 de abril de 2010

D.C.


Íbamos a subir al metro y dos chicos discutían y nos pregunta uno de ellos casi clamando al cielo.

"Why in this city the only thing that matters is what your job is about, what you do and how important you are?"

"Yes, that's pretty much D.C." Le contesta mi compañera mientras el metro para enfrente de nosotros.

"Is this train going to Glenmont?"

"No, this goes to the opposite direction".

"Thanks!"

Y ahí acabó la pregunta trascendental.


The greatest city in America

"You'll never discover a stranger city with such extreme style. It's as if every eccentric in the south decided to move north, ran out of gas in Baltimore, and decided to stay." John Waters



Fue imposible no sentir compasión al leer el presuntuoso eslogan escrito en un banco rallado y grafiteado de una ciudad conocida por sus altos índices de criminalidad, una pequeña bahía de agua contaminada y la tumba de Edgar Allan Poe que mantiene abierta una disputa secular con los vecinos de Richmond, quienes aseguran que el escritor también odiaba Baltimore.

Pero así me lo topé nada más llegar: "The greatest city in America".

Y después de leer el un tanto despiadado post de mi compañera de viaje, aún siento más esa compasión, aunque tengo que confesar que me reí tanto como ella de sus fabulosas cutreces, y que cuando volví a la estación y me enteré de que mi tren no operaba los fines de semana, me entró el pánico. Otro día más allí, no, por favor.

Pero digamos que Baltimore tiene algo que todas las ciudades estadounidenses tienen o han tenido, y que merece una reflexión como parte de mi inmersión en la historia y sociedad de este país.

Ese "algo" puede llamarse una vida urbana descompuesta, desordenada, con una identidad disuelta que intenta acogerse a un pasado corto, fugaz y sin grandes éxitos, y que lo único que a veces le une es un equipo de fútbol americano que una vez ganó la Superbowl.

La explicación de esa decadencia, de esos barrios que de una calle a otra se sumergen en basura, con calzadas rotas, vagabundos al lado de niños que juegan en un parque de dos metros cuadrados, suele ser tan sencilla como compleja. Son los dos pecados originales que recorren este país: la pobreza y la segregación racial. Como ya me ocurrió en mi primera aventura estadounidense, ambos me siguen impresionando, pero no volvamos sobre ellos y pintemos una nota más colorida.

Porque en todos los lugares y también en Baltimore, quedan esos rincones que se esconden tras una puerta que dice "coffee" y que te ofrecen un buen "bagel" con una sonrisa, música clásica y una biblioteca de libros gastados. O un buen anfitrión solidario que te acoge en su casa, te enseña la ciudad por la noche y el bar más de moda, y te explica cómo bailar "swing".

O una tienda de vinilos escondida a la que entras casi por casualidad porque un tipo moderno llama al mismo tiempo que tú pasas por delante. Te cuelas con él por un pasillo estrecho, atraviesas un patio con una barbacoa y discos de Aretha Franklin, y acabas conversando con un marinero melómano que te pone jazz brasileño con sonidos de la jungla. Entre discos llenos de polvo, encuentras el tuyo, lo pagas, te lo llevas y esperas que, cuando los años pasen y lo vuelvas a escuchar con tus nietos por ahí jugando, tu memoria recuerde esos lugares que sabes que no volverás a pisar jamás.




On a marble stair
Tryin' to find the ocean
Lookin' everywhere

Hard times in the city
In a hard town by the sea
Ain't nowhere to run to
There ain't nothin' here for free

Hooker on the corner
Waitin' for a train
Drunk lyin' on the sidewalk
Sleepin' in the rain

And they hide their faces
And they hide their eyes
'Cause the city's dyin'
And they don't know why

Oh Baltimore
Man it's hard just to live
Oh, Baltimore
Man, it's hard just to life, just to live

Get my sister Sandy
And my little brother Ray
Buy a big old wagon
To haul us all away

Live out in the country
Where the mountain's high
Never comin' back here
'Til the day I die

Oh, Baltimore
Man, it's hard just to live
Oh, Baltimore
Man, it's hard just to live, just to live



Lo que hace única a Baltimore:

- Frank Zappa nació allí.
- Edgar Allan Poe murió allí.
- Museos únicos: el de "Incadescent Lighting" y el de Tatuajes.
- Francis Scott Key escribió el himno nacional de Estados Unidos inspirándose en la bandera que permanecía ondeando después de una batalla contra las tropas británicas en el puerto de Baltimore.

-Tenéis que ver The Wire, serie rodada en Baltimore y creada por el periodista David Simon.

Conchita



No hay agente secreto que haya permanecido más años frente a la Casa Blanca que Conchita.

Esta gallega de 55 años protesta día y noche desde 1981 frente al hogar de los Obama. Su campamento de plásticos, cartones y pancartas plantado a unos metros, en el parque Lafayette, es todo un monumento a la resistencia, aunque es difícil calificar de qué tipo.

Los carteles dicen no a la guerra nuclear y a todas las guerras posibles y por haber. Su historia es, en cambio, un grito atormentado contra la vida y la pesada maquinaria de la ley, el Gobierno y el desamor.

Conchita, o Connie para los amigos estadounidenses, se casó con un italo-americano cuando tenía 21 años y al divorciarse en 1974 perdió su marido, su hija, su trabajo y su casa. Un tribunal de Manhattan le negó la custodia de su hija, según cuenta, porque el marido y su familia empezaron una campaña de acoso. Su respuesta fue un maratón de tribunales y despachos políticos que acabó donde hoy sigue. Era 1978 y con cartel en mano, se plantó frente a la Casa Blanca en el último intento desesperado por recuperar su vida.

Allí conoció a Thomas Doubting, un pacifista que murió el año pasado, a quien se unió en una vigilia incansable y empecinada por la paz y contra las guerras, que ha podido con todos los intentos policiales por quitarle las pancartas frente a uno de los lugares con más policías en los tejados y medidas de seguridad de Washington. Aún así, consiguió hacerlo su hogar, aunque tiene prohibido dormir en sacos de dormir, sentarse en una silla o portar más de una pancarta a la vez.

Está sola, pero ayudada de donaciones y siempre rodeada de turistas que la miran curiosos y le preguntan en todos los idiomas. Ella contesta infatigable y con una paciencia entrañable, y reparte hojas a cada uno según el idioma y la procedencia. Con cuidado, organiza las notas en una carpeta.

Además del calor, la nieve y la lluvia, ha sufrido palizas de radicales y el acoso policial. Pero allí sigue, con un pañuelo atado a la cabeza, ojos pequeños y mofletes y nariz quemados por el sol de los inviernos y los veranos. Los años pasan, las guerras también, nuevas sustituyen a las viejas y Conchita envejece mientras los presidentes siguen sucediéndose.