domingo, 12 de diciembre de 2010

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Un blog impone el delicado y costoso trabajo de evitar decir tonterías. No podéis imaginar cuán difícil es en días como estos: llueve, me queda poco más de una semana en Washington y suena el vinilo que más ha sonado en mi casita blanca, "The Reminder", de Feist.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Restaurándome




Para que voy a mentir, no me enteré ni de la mitad de los chistes porque ni se oían ni se veían en el súper mitin-comedia "Rally to restore sanity or/and fear" que reunió el sábado a "diez millones de personas" en la mayor y más simbólica explanada de Washington, el Mall.

Sólo pude disfrutar del ambiente y los cárteles, que fueron lo mejor a mi parecer, porque hacer comedia a una multitud no es tan fácil como estar en tu plató a gustito y manejando tus cámaras. Todavía menos cuando estás arriba de una súper plataforma frente a miles de ojos en directo y con el Capitolio a tus espaldas. Eso pesa y se notó.

Al final tuvo que dar explicaciones el padre del cotarro, Jon Stewart, y dar una lección de moral estadounidense. En ese momento me admití a mí misma que estaba un poco decepcionada porque estaba viendo una pizca de Glenn Beck, pero a lo secular. Cuando explicaba el significado de la marcha a un hombre de origen chino en el autobús al día siguiente, me quedó claro. Su rostro de confusión se disipó en un instante cuando lo entendió y dijo "ah, como lo que hablábamos esta mañana en el sermón de la Iglesia". Efectivamente, le confirmé.

También mientras rumiaba todos esos enredos mentales bajo el sol otoñal y entre empujones en el Mall, levanté la vista y un cártel enfrente de mis narices me lo dijo aún más agudamente: "Comedians: the philosophers of our times" o "Humoristas: los filósofos de nuestros tiempos". La multitud reconocía en cierto modo eso. El humor (y un par de programas bien hechos) ofrecían más sentido común y razón sobre el mundo que les rodeaba que el resto de expertos, pensadores o periodistas que inundan las pantallas de televisión.



Sin embargo, la prensa estadounidense se empeña en catalogarlo como política, que en cierto modo lo era, pero volvemos al vicio infinito de poner etiquetas mal puestas. Era moral política, en el sentido de doctrina democrática, un poco también a lo Beck, pero basándose en su crítica repetida hasta la saciedad en su programa contra el "ciclo de noticias 24 horas". Es decir, la repetición de la no noticia alimentada por un sistema de medios comunicaciones saturado que busca sostenerse y mantener su negocio a partir de los espectáculos (sea un terremoto de Haití o unos premios MTV con un vestido de carne), el conflicto (sea un debate político o una guerra) y la controversia (sea sexo, verdad o mentira).

En parte es comprensible que la prensa disintiera. No iba a ser menos. Primero, porque es lo que tiene que hacer. Segundo, porque es obvio que pocos van a admitir públicamente: "Hey, Jon, tienes razón. Qué mal lo hacemos. Tu crítica es certera, aunque tal vez exagerada. Tú no tienes ni idea de qué es esto de la presión mediática. Y mira nuestros Pulitzer, mira qué bien lo hacemos cuando queremos".

Mi más humilde opinión es que el humor puede ser muchas veces más constructivo que el periodismo, como lo hicieron Groucho Marx o Charlie Chaplin, igual que lo pueden ser el cine o la ficción en televisión. Y si lo pueden hacer es porque son más libres a la hora de expresarse, mientras que el periodismo está atado a la realidad, al tiempo y a todas las normas deontológicas y de estilos que hacen al periodismo ser lo que es. En cambio, el trabajo de un humorista o una "obra de arte" tienen en sus manos todas las herramientas creativas del pensamiento para ejercer, valga la redundancia, su libertad de expresión dentro de un contexto menos anclado con los hecho o incluso desvinculado.

Un humorista como Stewart contestaría a esta réplica tan sugerente: ya nos estás comparando. Yo no hago noticias.

Espera, quedan dos argumentos, uno de defensa y otro para dar la razón a la crítica.

Todos los periodistas son conscientes de esos límites del medio y la expresión. Recuerdo a David Simon ("The Wire") cuando en una entrevista explicaba por qué saltó de la prensa a la ficción. Parafraseándole, concluía que él había escrito la misma noticia una y otra vez durante décadas, y cuando llegaba un nuevo periodista o un nuevo jefe la proponía y él decía: ¡pero si eso está ya contado! Lo escribí hace diez años. Lo repetí hace tres. Lo conté la semana pasada... Finalmente se daba cuenta de que su duro trabajo era muchas veces inútil porque nadie se había enterado. O si se habían enterado, nada había cambiado.


Sin embargo, no todos los periodistas son conscientes de su responsabilidad social. Y ahí es donde acierta con una puntería implacable el show del sábado. Pese a no tener toda la libertad y recursos para hacerse valer y ser lo que deberían ser, los medios sí que pueden ser cobardes e irresponsables, y ser culpables por despreocupación, con ignorancia o con deliberación del deterioro democrático.

miércoles, 27 de octubre de 2010

La piñata roja

Si agosto fue inagotable, hay meses que simplemente se esfuman. Como octubre.

Todo empieza por una piñata roja que compramos cubierta de polvo en una tienda de un pueblo perdido entre pirámides mesoamericanas.

"Ándale, ¿cuánto es lo menos?", pregunta mi acompañante español con un intento de acento mexicano a la tendera despeinada. Ella contesta con una risa tímida "son dos pesos y medio". "Ayyy... pero ¿cuánto es lo menos con ganas de vender?", insiste.

Con una mezcla infinita de felicidad y vergüenza, me di cuenta entonces de que el viaje había valido la pena.

El recuerdo te lleva a esos momentos únicos y, con la cuenta atrás ya en marcha, llega la nostalgia de un año demasiado inabarcable. Da un poco de miedo el precipicio del "y después qué", pero reconozco que no tengo derecho a quejarme de nada.

En un mes, he comprado piñatas en un pueblo perdido de México después de haber visto uno de los atardeceres más ricos en comida, compañía y vistas de mi vida. Me he perdido por Nueva York gustosamente entre chinos que nos prohibían hacerles fotografías y modernos en lo alto de un parque soleado. He pasado horas mirando Manhattan desde el banco más abandonado de turistas del mundo. Y por Washington, me he paseado tropezándome con Aznar mientras comíamos una hamburguesa, he visto más fantasmas en un tour de lugares encantados, Obama bajó de su helicóptero mientras mirábamos caer el sol desde el hotel W y me he escapado a un bosque de hojas secas llamado Shenandoah, que significa hija de los cielos.

Para rematar un mes redondo, he podido reencontrarme con amigos que pensaba no volver a ver en medio de un Halloween loco en el que conseguí atisbar a Jon Stewart y Stephen Colbert, mis ídolos de la sátira política estadounidense.

Sólo quería hacer recuento para no olvidar lo irrepetible. Porque el tiempo pasa y todo se va, incluso mis queridos octubres.

martes, 26 de octubre de 2010

Platón, escribir y periodismo

No me gusta escribir entradas sobre periodismo porque sé que inevitablemente, debido a cuánto me gusta y a cuánto me importa, se convertirán en pajas mentales inaguantables. Pero hoy me he encontrado con dos periodistas hablando por teléfono en el New York Times que me han hecho pensar y no por lo que decían, que también es interesante. Básicamente, mi descubrimiento, que se puede encontrar en la sección de opinión Bloggingheads desde hace tiempo, son dos expertos que discuten mientras se graban con una webcam sobre un tema de actualidad o de interés.

La idea de este formato surge de Robert Wright, un periodista que creó hace unos cinco años una web con ese mismo nombre para que científicos divulgaran en un diálogo sosegado y sin los corsés de la entrevista o la edición audiovisual el conocimiento al modo socrático.

Al verlo me acordé de nuestras míticas clases de géneros periodísticos en la Universidad de Valencia y pensé "olé, ya han creado un nuevo género de opinión para estudiar en facultades de periodismo".

Y al reflexionarlo me fascinó pensar que la tecnología pudiera revivir y potenciar un clásico como Platón y sus diálogos socráticos; ya sabéis, sus teorías a través de dos hablantes y el arte de la dialéctica. No es exactamente lo mismo, pero se acerca.

Hay otras muchas aplicaciones experimentales y consolidadas de lo digital que se ven en periodismo en EEUU. Me extendería hasta escribir una tesis doctoral, pero os lo resumiré en un par de tendencias (nuevos géneros y abaratamiento de costes) para ver las ventajas y también los peligros de estas nuevas formas.

Primero, los "slideshows", galerías de fotos con sonido, a caballo entre lo audiovisual y lo radiofónico. Por una parte, fotografías preciosas se reciclan y toman nuevas categorías informativas, lo cual es una alegría creativa y un buena gestión de recursos. No podéis imaginar cuántas buenas instantáneas tira a la basura un buen fotógrafo porque no caben en el papel o en una portada digital. Por otra parte, voces reviven y sonidos se intercalan mientras imagen, rótulos o incluso gráficas apoyan la pieza.

Si se sabe cómo construir y utilizar esos recursos, algunos de ellos, también en el New York Times, pueden convertirse en poesía periodística. (Uy, ya se me coló. A eso me refería con mi onanismo periodístico).

El otro ejemplo se refiere a cómo el quehacer periodístico se abarata y corrompe (a veces sin intención) con la tecnología.

En este país, cada vez más ruedas de prensa son telefónicas o por Internet, lo cual significa que el periodista ni ve la cara de los que hablan. En muchas ocasiones, el periodista se queda viendo CNN. Por tanto, se pierden testigos de los hechos. Discursos políticos y conferencias se transcriben y se cuelgan en la red. Consecuentemente, más medios ahorran gastos y se dedican a leerlos desde su ordenador, mientras que los que tienen más recursos envían a sus periodistas que hacen las preguntas. Y como es obvio, el teléfono es el medio preferido en el 80 por ciento de las entrevistas de un día cotidiano y el correo electrónico es el medio más usado para excusarse con cortesía de cualquier hecho. Esto facilita tanto como acomoda (o aburre) al profesional.

Y en definitiva el acceso tecnificado, global y más amplio a la información y los hechos quita de la escena física al periodista. No os digo nada nuevo, lo sé. Pero, por si no lo os imaginabais ya, en parte, eso es lo que hago yo en una corresponsalía en Washington.

Pero entre lo peor y lo mejor, me quedo con lo esencial. Hace unos años, después de media hora hablando sobre el periodista multimedia del futuro, un periodista de la BBC, convertido entonces en asesor de medios, me dijo algo que se me repite bastante. Como estudiante ingenua, le pregunté qué buscaba un medio como el ente público británico, tan innovador y tecnológico, cuando iba a contratar a un periodista.

Y me contestó sin dudar un segundo: que escriba bien.

Curiosamente, cuando empecé a interesarme por periodismo a los 17 años en un curso de periodistas en Alicante, Antonio Rubio, un periodista de El Mundo que destapó asuntos de los GAL, ETA y demás cosas, me dijo justamente lo contrario. Escribir bien no es lo esencial para ser un buen periodista.

Ninguno de los dos está aquí para profundizar en el tema, pero siempre entendí que para el de la BBC, escribir bien significaba no sólo expresarse bien, sino pensar bien. Para el de El Mundo, lo fundamental era llegar a la verdad y destapar casos, revelar lo inaccesible. Lo de escribir podía hacerse más o menos bien, y bastaba.

¿Y qué pienso yo después de no concluir en nada y escribir una decena de párrafos?

Que si pudiera, reuniría ahora a los dos en uno de esos "bloggingheads". Pero para eso ya estaba Platón y ahora el New York Times. Y yo me voy a dormir, que pensar tanto sólo consigue quitarme horas de sueño y agudizar los síntomas de hígado perforado por los litros de café que ingiero al día siguiente. Bona nit.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Los e-mails de mi madre

Hoy miraba la fecha una y otra vez. 22 de septiembre. La veía en el editor de Efe, la leía en las noticias, se repetía en mi cabeza y me preguntaba intrigada qué pasa, algo se me escapa, es un día especial, no me acuerdo... Y entonces he leído el e-mail de mi madre.

Hija, sólo faltan tres meses. Estoy pensando en el menú de Nochebuena.

Efectivamente me queda un trimestre exacto para subir a un vuelo destino El Altet (Elche) y deslumbrarme de nuevo con los colores de casa. Siempre el recuerdo confunde los tonos de tu país durante los primeros instantes que lo pisas, cuando aún te sientes adormecida, como en trance.

Hace dos años ya me pasó cuando dejé el aeropuerto de Dallas y caí de repente en el coche nuevo de mis padres que se habían hecho modernos y escuchaban Shakira. Se peleaban por dominar el Compact Disc mientras yo devoraba el bocadillo de queso con tomate que mi madre me había preparado. Por supuesto, el agua, una servilleta y un plátano estaban en la misma bolsa porque mi madre siempre piensa todo. Estaba en casa.

Mi madre además avanza con la tecnología y me deja siempre a cuadros. En menos de un mes domina el Skype con webcam incluida. Ha aprendido a investigar en Google y me envía ella misma mis noticias antes incluso de que yo compruebe si se han publicado. No para de preguntarme qué es Facebook y sigo sin explicárselo, pero sabe dónde dejé un comentario en una noticia. Yo le digo que no es mío, pero ella sabe que sí. Es como tú hablas, me contradice.

Y ahora me dice que sólo faltan tres meses, como me diría cuando me faltan dos horas para que se me escape un tren o para recordarme que mire la cuenta del banco o para gritarme que "el quemenjar se gela" cuando la comida está en la mesa.

A veces, con tanto e-mail maternal, parece que estoy casi como en casa.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Bill Clinton

Debo confesar que no sabía quién era Bill Clinton hasta que vi esta entrevista sin editar en la que el presentador Jon Stewart ("The Daily Show") pierde el control de la conversación y se rinde ante un alegato poderosamente argumentado sobre los problemas de la economía estadounidense y cómo salir de la crisis.

Resulta inevitable apuntar que en 1992 un cartel en la oficina central de su campaña electoral sintetizó su mensaje, fue el estandarte de la victoria contra Bush padre y pasó a la historia de la política estadounidense, "Es la economía, estúpido".

Y no en vano.

A sus 64 años, Clinton se obliga al menos una hora al día a estudiar la economía, según confesó, y puede citar, relacionar y explicar cifras económicas como si hablara de fútbol con una agudeza tan convincente como extraordinaria.

Después de exponer qué es lo que el Gobierno de Barack Obama tiene que hacer para salir de la crisis y cómo su partido puede ganar las próximas elecciones legislativas, Stewart se queda en blanco y suelta la pregunta que todos los espectadores tienen en mente.

¿Por qué no escucho nada de eso de nadie excepto de ti?

Y Clinton responde: "He estado haciendo esto durante mucho tiempo".

The Daily Show With Jon StewartMon - Thurs 11p / 10c
Exclusive - Bill Clinton Extended Interview Pt. 2
www.thedailyshow.com
Daily Show Full EpisodesPolitical HumorTea Party



Y no sólo sobre economía. Otra entrevista en la que Clinton devora, argumentativamente hablando, al presentador cuando le pregunta sobre la responsabilidad de su gobierno por no matar a Bin Laden.

martes, 14 de septiembre de 2010

Mi vecino y D.C.

Esta noche volvía a casa cansada de un día aburrido y me he encontrado a mi vecino en la puerta con un cártel con luces amarillas y coreando consignas a favor del candidato demócrata a la alcaldía de Washington, Vincent Gray. Faltaba media hora para cerrar las urnas.

El favorito de mi vecino podría hoy ganar las primarias y dejar fuera de las elecciones al actual alcalde demócrata, Adrian Fenty. Para un estadounidense de fuera de Washington, esta sería una gran sorpresa. En menos de una década esta ciudad ha vivido una de las transformaciones más radicales de su historia en cuanto a revitalización de barrios y reducción de la delincuencia en la que fue en su día la capital del crimen de EEUU. Y en parte el "artífice" del cambio está a punto de perder.

Es difícil entenderlo, pero si conoces a mi vecino y su historia, no lo es tanto.

Vivo en una calle de poco más de 20 casas en cada acera. En el centro y al lado de mi casita blanca, está la suya, donde vive su familia afroamericana de pocos recursos, la única que queda de ese estrato social.

En tardes con buen tiempo, suele sentarse fuera en una silla a escuchar Beyoncé. Sus nietos juegan al baloncesto mientras su biznieta -hija de su nieta de 16 años- corre descalza y con pañales como una campeona. En la puerta del hogar, donde también vive la abuela y una tía, cuelga con orgullo la fotografía de la familia Obama. La madre de los nietos ha vuelto esta semana por enésima vez a la cárcel, según me han contado hoy los niños.

Mi vecino también se precia de ser el "alcalde del barrio" desde hace 30 años, sobre todo las noches que se ha pasado con el güisqui. Hay que precisar que mi corta calle está en el borde de dos barrios. Hacia el oeste, está Shaw, un tradicional distrito afroamericano donde se encuentra la Universidad Howard, mítica por su activismo -de allí salieron los abogados que acabaron con la segregación escolar en un caso histórico que llegó al Tribunal Supremo. Pero también son calles en proceso de "gentrification" (aburguesamiento) o, en otras palabras, "saliendo del gueto". De vez en cuando escuchamos disparos de pandillas.

En cambio, si miras al este, las grúas levantan nuevos edificios de estilo europeo que chocan con la victoriana arquitectura washingtoniana. A dos calles, de camino al centro, te topas con supermercados como Safeway, con tomates a cinco dólares.

Como "alcalde", mi vecino ha presenciado todos esos cambios, ha visto cómo ese otro mundo más urbanita, de universitarios de Georgetown o profesionales progresistas -la mayoría de ellos blancos- es hoy su vecino y él se ha quedado en medio. Por supuesto, no pierde ocasión para invitarles a sus barbacoas de "marisco de 300 dólares", según me explica orgulloso, aunque el otro día un vecino que paseaba a su perro Víctor se me quejaba de que le pedía 30 dólares. Más allá de asuntos monetarios, hay poca disputa. Lo único que le molesta a mi vecino es que llamen a la policía cuando pone a su Beyoncé.

Experiencias así las hay de mi vecino y muchos. Han visto cómo su barrio ha mejorado en muchos aspectos. Las escuelas a las que van sus nietos son mejores a las que fueron sus hijos que hoy están en la cárcel. La violencia callejera ha disminuido notablemente y con ella las drogas y esos círculos oscuros. Al mismo tiempo, los alquileres y el coste de vida se han desorbitado, y cada par de meses el metro sorprende con una subida de precio a sus clientes.

Desde los noventa, el principal conductor de la transformación ha sido el aburguesamiento de los barrios, que atrae al EEUU que vivía en casas con jardines hacia una ciudad cada vez más cómoda, más segura y con más servicios. No obstante, en Washington, con una identidad y mayoría negra, esa llegada de blancos más ricos incomoda a afroamericanos. De haber sido un 60 por ciento de la población, los negros podrían ser menos de la mitad en los próximos años por primera vez desde los cincuenta.

Prácticamente todo es producto de una generación de políticos que tomó las riendas de este curioso "no estado" y capital de la democracia. Un amigo ha venido a trabajar en el ayuntamiento de Fenty desde Chicago -otro lugar en transformación- atraído por tan interesante momento. Dice que Washington es un experimento que observan el resto de ciudades estadounidenses que se inclinan hacia esa misma senda, la de un fuerte activismo cívico e intervencionismo municipal. Por descontado, esto es algo inusitado en este país.

La clave de esos cambios es a costa de qué y cómo se producen, y en ese espacio de debate se ha colado Gray. El alcalde, que no esperaba un enemigo de su propia ala demócrata, ha llegado tarde y a contra pie. Reclamos sobre la distribución de la riqueza y el desarrollo urbanístico entran en juego, pero la cuestión identitaria es esta vez la decisiva. Como ejemplo, mi vecino que, a pesar de no tener muy claro por qué, se plantó con su cártel de vota Gray con luces hasta la hora del cierre de las urnas.

Ahora sólo queda esperar los resultados de ese empeño y de una campaña de pocos recursos y mucho activismo, como suele ocurrir en los comicios más interesantes de este país. El veredicto está al caer.

P.D. Curioso resultado. Gray ganó efectivamente, pero ahora muchos washingtonianos se han organizado en una plataforma ("Run, Fenty, Run", en Facebook) para que se presente como republicano ya que la nominación al Partido Demócrata la perdió. Para entender el desafío de tal cosa, hay que saber antes que Washington D.C. es de los distrito/estado que en más porcentaje vota a demócratas, con mayorías por encima del 80 por ciento.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Septiembre

Por fin se acabó agosto.

martes, 31 de agosto de 2010

Colbert, el antídoto

Hay un hombre que todos deberíais conocer. Se llama Stephen Colbert y tiene un programa en el que lo da todo. Esta semana viene a cuento por varias razones.

Su personaje televisivo está construido a imagen de egocéntricos presentadores de televisión de la derecha estadounidense, como Billy O'Reilly o el ahora ya demasiadas veces citado Glenn Beck. Su definición más cercana sería la de "monstruos mediáticos que acaparan la pantalla con su verborrea hiperbólica y machacante hasta devorar el último resquicio de espíritu crítico y racional de su público". (No aceptada por la RAE todavía).

El personaje de Colbert encaja en esa categoría hasta tal punto que hay veces que te lo crees y aterroriza tanto como te hace reír por lo ridículo y extremo de su lógica conservadora. Su dominio de la retórica republicana y la capacidad de acertar con las falacias más extravagantes me llevó a pasar una noche entera discutiendo con estadounidenses que pensaban que él era derechas. Por supuesto no habían visto suficiente su programa o habían perdido el don humano de la sátira. Sea como sea, gracias a aquella conversación me topé con la pieza maestra de su carrera mientras buscaba en Internet algún dato que dejara claro sus credenciales políticos.

Y esa es la segunda razón por la que este post viene a cuento.

Antes de entrar a ella, hay que viajar al EEUU de los tiempos de George W. Bush. Hoy no es difícil. Barack Obama le recordó a su predecesor que hay que "pasar página" en su declaración de "fin de combate en Iraq" después de siete años y medio.

En poco menos de tres años, aquel país sufrió el desconcertante y traumático 11-S, aterrizó en el laberinto sin salida de Afganistán y emprendió una tortuosa carrera hacia Bagdad, que fulminó la credibilidad de los colores estadounidenses en el mundo.

Para llegar hasta allí, EEUU tuvo que atropellar muchos principios antes, sobre todo políticos -falsas armas de destrucción masiva- y periodísticos, como la reverencia mediática a un Gobierno "en la guerra contra el terror".

Y ahí es cuando llega Colbert en una noche especial.

La cena de la Asociación de Corresponsales, que tiene como invitado especial al presidente del EEUU, es un acontecimiento anual que reúne a lo más selecto de Washington. Las corbatas se ajustan bien y el champán corre por las copas del poder. Para animar la velada, cada año se invita a un cómico reconocido y el humor intenta atemperar una sala políticamente caliente y fácilmente excitable.

En 2006, el ambiente estaba cargado. O al menos en la calle. Basta mencionar que EEUU estaba a tres años de Iraq y a pocos meses de Katrina. Colbert fue elegido el cómico de la noche. Los asesores de la Casa Blanca confesaron más tarde que quien lo eligió no había visto demasiado sus programas -- como mis amigos estadounidenses. Por supuesto, el implacable presentador puso todas las cartas sobre la mesa y dejó al invitado de honor y a la audiencia (periodistas) muertos, pero no de la risa.

I stand by this man. I stand by this man because he stands for things. Not only for things, he stands on things. Things like aircraft carriers and rubble and recently flooded city squares. And that sends a strong message, that no matter what happens to America, she will always rebound—with the most powerfully staged photo ops in the world


El principio ya acorraló a Bush que, a poco menos de dos metros, lo miraba y escuchaba sin saber qué cara poner porque sabía lo que se le venía encima. Su exposición, de la que tampoco los periodistas quedaron bien parados y de la que sospechosamente poco se informó al día siguiente, fue un manifiesto contra la demagogia política.

Pero no una demagogia cualquiera. Se trata de algo más sofisticado. En vocabulario de Colbert, "truthiness", una verdad que una persona clama saber intuitivamente "desde los intestinos" sin importar las pruebas, la evidencia, la lógica o la reflexión intelectual. O "all fact, no heart (todo hechos, sin corazón)", otra frase recurrente del intérprete para denunciar en su papel el enemigo intelectual izquierdista y los libros.

Bush fue uno de los mayores beneficiarios de aquella exitosa política basada en esa amalgama retórica de reverencias al espíritu americano, héroes, patriotismo desmedido, fe, Dios y sentimiento puro y duro, y guerra contra el terror que caracterizó tanto a sus discursos poco "argumentados" y en general a su persona.

Casi una década después de aquella era Bush, aquellos vientos se van y vuelven una y otra vez y mientras las urnas se acercan Colbert sigue siendo su mejor antídoto.
Como prueba, pinchen en este vídeo sobre Beck.

domingo, 29 de agosto de 2010

Una historia de nunca acabar

Diría muchas cosas de Glenn Beck y Sarah Palin y toda la tropa de la que hablé en mi anterior post. Pero otros lo han explicado mejor que yo y os dejo los enlaces para que os sumerjáis en esta historia que se remonta a los principios de Estados Unidos y que atraviesa todas sus mayores crisis: la tensión racial (o racismo) que ha puesto siempre en jaque al país y persiste, pese a todos los parches y reformulaciones políticas. Porque es imposible entender lo de ayer sin empaparse de todo esto antes.

- Para empezar, esta exposición de postales, fotografías de negros linchados, apaleados o colgados en árboles. Se convirtieron en una especie de souvenir que gente enviaba a sus familiares y amigos. Lo intrigante y que me volcó en una ansia insaciable por saber más sobre el movimiento de derechos civiles no son las macabras imágenes, sino las notas tomadas en la parte de atrás: inocentes saludos de alguien que los manda por haber sido testimonio de una matanza. Lo espeluznante es la costumbre y la naturalidad con que se expresan.

- Sobre los principios poco conocidos del movimiento de los derechos civiles, os recomiendo una película que nunca se estrenó en España, "The Great Debaters", un proyecto personal el actor y director (en este filme), Denzel Washington. También demuestra la importancia del "discurso en sí" en este país, de la retórica y hasta qué punto se aprende a dominarla con una excelencia emocionante.

- Pero si antes de los años cincuenta, aquel movimiento no llegaba a ninguna parte no es solo porque faltaban muchas batallas legales por ganar, sino también porque falta una pantalla en los hogares de los estadounidenses. Cuando llegó la televisión, los blancos pudieron ver no sólo a los negros apaleados por la policía, sino también a blancos hospitalizados. A partir de entonces, los traseros empezaron a removerse del sofá.

El auge de esa marea de masas y activistas está más que masticado y de él habréis oído mucho, desde Rosa Parks, a las sentadas en restaurantes y en locales públicos, a los autobuses de blancos y negros que se dirigían hacia el sur para desafiar al "status quo" de los estados del sur. Lo mejor para degustarlo es escuchar entero el discurso de "I have a dream".

Y sobre ayer:

- El hijo de Martin Luther King defiende con una elegancia admirable el legado de su padre en este artículo de opinión frente al mitin de Glenn Beck.

"El sueño de Martin Luther King todavía por alcanzar en el siglo XXI"


- Desde que Glenn Beck se "percató" de que su mitin coincidía con la sagrada fecha del discurso de Martin Luther King, empezó a reformular su retórica hasta llamarse a sí mismo y sus seguidores “los herederos y protectores del movimiento de derechos civiles”.
Este artículo analiza el debate sobre el legado de King y las contradicciones de Beck. Sólo por mencionar algunos: King promovía en sus discursos justicia social y el fin de la pobreza, y el presentador es un ferviente opositor del “socialismo”, un término con connotaciones intolerables en el vocabulario político estadounidense. En una de sus intervenciones, advirtió a sus fieles a huir de la “justicia social” de algunas iglesias.

Además, Beck tiene un plan para restaurar América en 100 años. Según argumenta, el "progresismo" empezó a desmoronar los principios religiosos fundamentales del carácter y esencia del país. El hijo de King defendía: “Mi padre no clamó tener un 'plan' excluyente basado en la palabra de Dios para un solo grupo o ideología”. También recordaba que el título de aquella mítica marcha era “La Gran Marcha a Washington por Trabajos y Libertad” reflejaba su creencia de que “el derecho a sentarse en una mesa para comer (algo prohibido en tiempos del reverendo en estados del sur de EEUU) estaría vacío si los afroamericanos no podían permitirse una comida”.

- Y The Anti-King, Un artículo de opinión post mitin para la resaca política.

sábado, 28 de agosto de 2010

Tea Party, desde abajo

Ayer me planté con trípode y cámara a los pies del memorial a Abraham Lincoln a las nueve de la mañana. Empezaba mi pelea por un hueco para grabar a Sarah Palin y Glenn Beck mientras bloggers del Tea Party aplaudían y rezaban con los brazos en alto haciéndose pasar por periodistas en la zona de prensa.

De vez en cuando alguno me decía "sorry" al toparse con mi mirada maligna que decía claramente: "yo estoy aquí trabajando y tu calva me ocupa todo el plano de la cámara".

Y aunque el vídeo -que me ha costado una insolación- no lo verá nadie, la mañana fue productiva y enriquecedora.

El patio estaba lleno. Chuck Norris fue el primero que se acercó a saludarnos orgulloso entre los gritos de sus acérrimos fanes. No fue el último. Empezaron a desfilar un sin fin de estrellas de la derecha más conservadora, comentaristas de la televisión y de la radio o no sé de dónde, como si se encontraron en la alfombra roja de Hollywood. Cuando preguntaba a mis bloggers que quién era, me contestaban extrañados.

Entre mis bloggers-tea baggers favoritos, estaba una pareja de más de 70 años que llevaban una cámara de fotos digital. La esposa, reluciente con sus pendientes de oro y vestida con un traje verde con hombreras cuadradas que olía a naftalina, se colocaba codo con codo conmigo para que se viese bien a Sarah Palin y Glenn Beck y el monumento de Abraham Lincoln. Él, alto y delgado y con cara de mala leche, grababa mientras ella informaba del hecho histórico como una reportera de CNN. En el pecho del improvisado cámara que cerraba un ojo para encuadrar, lucía un pase de prensa de hombre joven, de unos treinta años de color desgastado y quemado por el sol. No dudé que fuera suyo.
Aunque Victoria, mi Victoria, fue el verdadero tesoro de la mañana. Nada más llegar la capté, pero me daba miedo acercarme a ella. Era una mujer de rubio platino y piel muy blanca con los mofletes enrojecidos por el sol. Iba divina con un lazo con la bandera americana, un pin de "I love Glenn Beck". Gritaba como una posesa cada vez que salía su ídolo o cada vez que alguien mencionaba su otro ídolo, Dios.

Más de uno se acercó a ella y contestaba encantada. Se había colocado perfecta, con el monumento Washington y el Congreso al fondo. Y su voz... ¡Qué voz! Un hilo de tonos agudos y chirriantes que me hizo dudar de si era una verdadera tea bagger o una actriz para engañar a los medios.

Y cuando la entrevisté aún dudé más. Copio y pego sus declaraciones.

"Vine porque quería rezar por mi país. Nuestro país está en el camino hacia una tiranía y el comunismo. Necesitamos volver a la manera en la que nuestros padres fundadores lo crearon, que es rezando a Dios y siguiendo los diez mandamientos, la libertad y libertad económico. No queremos una dictadura y el presidente Obama está intentando hacer una dictadura con nuestro país. Nuestros líderes están corruptos. Hay que reemplazarlos con gente de honor, que no mienten y que pagan sus impuestos".

Sus ideas, sin embargo, no me asustaron. Lo que más me asombró fue cómo lo decía. Al final de cada frase se quedaba parada y lanzaba otra consigna, otra frase que era obvio de quién la había escuchado. No razonaba, repetía, repetía, repetía, repetía. No pensaba, vomitaba y vomitaba.

Y esto solo es lo que había abajo del escenario. Arriba se escenificó lo más cercano a un fascismo sofisticado y bien maquillado que he visto en directo.

De vuelta a la oficina con un compañero, no paramos de pensar, de explicarnos de dónde llega esto y preguntarnos sobre el peligroso potencial de esta plataforma cada vez mejor organizada, aunque todavía sin arraigo general, que unos llaman Tea Party.

sábado, 21 de agosto de 2010

Ruedas de prensa mortíferas


Hay ruedas de prensa mortíferas, pero la de una mañana del 22 de enero de 1987 supera a todas.

Este será mi único desliz de humor negro fácil porque lo que ocurrió en una oficina del Tesoro del estado de Pensilvania le revuelve a una las tripas tan solo con leer un par de citas del discurso final del entonces jefe del Tesoro de Pensilvania, Budd Dwyer.

Estaba a solo un día de entrar en prisión para cumplir una sentencia de 55 años por varias causas relacionadas con un sonado caso de corrupción.

"No queréis guardar vuestro equipo", advirtió a un par de periodistas de televisión que recogían sus bártulos en una rueda de prensa.

El hombre de 47 años repartió un par de sobres y sacó un revólver. Los reporteros, que pensaban que iban a escribir la noticia de su dimisión, gritaron, algunos salieron corriendo de la sala, el caos se adueñó de una escena televisada en directo por canales locales.

"Por favor, abandonad la sala si esto os ofende", había aconsejado sudando y con la cara enrojecida.

Algunos realizadores encargados de la señal tomaron tal vez una de las decisiones más sabias de su vida profesional: congelaron la imagen justo en el momento en que Dwyer se puso la pistola en la boca.
Pero el sonido no se paró y los telespectadores escucharon el disparo mientras aquella estampa para la eternidad, aquella metáfora televisiva improvisada contaba el resto en pleno directo.



Durante el Gobierno de Ronald Reagan, en un estado donde estaban en juego la balanza entre demócratas y republicanos, aquel político vivió un tortuoso rosario de acoso mediático y judicial. Siempre defendió su inocencia. En su discurso final pidió perdón por haber votado a favor de la pena de muerte y defendió su gesto como una causa por un sistema judicial limpio y justo.

Leyó un discurso en el que atacó a rivales políticos y medios de comunicación.

Al terminarlo, dejó el papel a un lado y dijo antes de disparar.

I've repeatedly said that I'm not going to resign as State Treasurer. After many hours of thought and meditation I've made a decision that should not be an example to anyone because it is unique to my situation. Last May I told you that after the trial, I would give you the story of the decade. To those of you who are shallow, the events of this morning will be that story. But to those of you with depth and concern the real story will be what I hope and pray results from this morning--in the coming months and years, the development of a true Justice System here in the United States. I am going to die in office in an effort to "...see if the shame[-ful] facts, spread out in all their shame, will not burn through our civic shamelessness and set fire to American pride." Please tell my story on every radio and television station and in every newspaper and magazine in the U.S.. Please leave immediately if you have a weak stomach or mind since I don't want to cause physical or mental distress. Joanne, Rob, DeeDee - I love you! Thank you for making my life so happy. Good bye to you all on the count of 3. Please make sure that the sacrifice of my life is not in vain.

El periodista Fred Cusick del periódico The Philadelphia Inquirer dijo al New York Times: "Tendría que haber corrido y cogerlo cuando abrió aquel sobre. Sabía qué era eso".

jueves, 19 de agosto de 2010

Dieciséis palabras

There’s no doubt there are enough seats in play that could cause Republicans to gain control

WASHINGTON — As White House press secretary, Robert Gibbs utters thousands of words in public every week as he promotes and defends President Obama. But it was just 16 words on a talk show last Sunday that consumed the days that followed — and that by week’s end Republicans were gleefully dubbing “Gibbs-gate.”

http://www.nytimes.com/2010/07/18/weekinreview/18baker.html?_r=1

Siempre he admirado tanto como odiado a los guardaespaldas de los políticos. No a los de gafas oscuras, sino a sus portavoces, como en este caso Robert Gibbs, el "vocero" de Barack Obama, como dicen los latinos, que al sugerir lo obvio -demócratas podrían perder-, provocó el pánico - hasta Obama dice que los demócratas son unos perdedores.

No sé quién se los inventó o cuando nacieron en la historia de la sofisticación política, pero imagínate ser uno de ellos. Cada día te ametrallan con preguntas incómodas y mal intencionadas para que contestes con amabilidad y calibre y sin decir nada, aunque diciendo algo para satisfacerlos y que te dejen en paz. El arte de la política. Si en tu cautelosa verborrea se te escapa una idea original, ya tienes mil titulares estampados en contra de tu jefe que cómodamente descansa y habla cuando le sale de los c........ o de los h........

El miedo de los políticos a hablar en directo y que se les escape una respuesta sincera es asombroso. Por ejemplo, ayer. Hillary Clinton sale a anunciar la reanudación de las conversaciones directas entre palestinos e israelíes. Y para preguntas, a mi amigo George Mitchell, que yo tengo una agenda apretada.

No es nada nuevo, lo sé, pero a veces todo me parece tan aburrido y decepcionantes. Pero esperad al siguiente post y os cuento una historia de ruedas de prensa y muerte... Sí, muerte y pistolas. Ahora veréis.

jueves, 15 de julio de 2010

Jesus!

"Roughly as many Americans say Jesus Christ will return to earth in the next 40 years (41%) as say he won’t make an appearance by 2050"

"Diría que soy budista", nos explicó un amigo de origen indio en Washington, que había crecido escuchando sermones cristianos, parte de su familia practicaba el hinduismo y ahora él había decidido ayunar en los días de ramadán.

Cuando el atardecer cayó en un parque escuchando un concierto de jazz, tenía preparadas las galletas Oreo y el vino tinto para llenarse el estómago. Según nos explicó, había decidido ayunar cada día como cualquier otro creyente musulmán para compartir con su primo el sacrificio y la fiesta cuando fuera a visitarlo a Florida para el día del "Eid al Fitr", la celebración de tres jornadas que sigue al fin de este período dictado por el Islam.

La cita anterior contrasta con la historia de este personaje, pero sólo quería añadirla para que se entienda como el simplismo tan hiperbólico con el que algunos abrazan la fe en este país es tan habitual como la compleja identidad y experiencias religiosas de sus habitantes.

De esto, poco entendemos en nuestros casi mono católicos países.

lunes, 12 de julio de 2010

Soccer


La fiebre mundialera llegó a Estados Unidos como nunca antes había llegado, pero nada comparable a lo que en otros continentes viven, por descontado. Este "Losantos del youtube" advierte de sus peligros, como buen ejemplo de ese pensamiento tan arraigado en el corazón de la "real America" que algunos políticos de la ultraderecha claman.

No desmenuzaré los pormenores de estas filosofías que dan para mil tesis y doctorados. Sólo diré que no es para tanto.

viernes, 9 de julio de 2010

De chanclas por Washington

Cuando les he visto desembarcar del autobús y entrar al cine, tenía claro qué periodistas eran de Los Ángeles y cuáles de aquí sólo por ver cómo vestían. Porque ¿quién se va a poner chanclas en Washington para ir a trabajar?

Me refiero a una curiosa rueda de prensa que ha traído al glamuroso mundo angelino a la aburrida y gris Washington. Aquí manda la formalidad, como ya comenté, y vestirse para ir al trabajo es para muchos ponerse el uniforme. Enseguida me ha alegrado ver gente vestida con colores y sonriente, aunque lo que más me ha impactado ha sido la conversación de la sobremesa.

Según me contaba una compañera que vive cuatro años en "la meca" del cine, después de esa ciudad, nada puede ser más divertido para trabajar como periodista. Que en Washington les paguen el avión, una suite presidencial en un hotelazo del barrio más pijo de la capital, cena y transporte en la ciudad, y un tour en plan turistas es prácticamente lo mínimo a lo que están acostumbrados.

Tres días en un resort en la playa, sí. Cenas de gala y viajes pagados a donde vayan las estrellas. Y más, mucho más. No todas las empresas lo aceptan. Muchos medios de comunicación prohíben por ética periodística ese tipo de tratamiento especial, pero otros aceptan esa vida de reyes. Toca adaptarse a ella y tragar alguna indigestión cinéfila por demasiadas americanadas, si quieres "construir relaciones" y conseguir entrevistas.

¿Y qué pasa con el resultado periodístico? Se nota, me comentaban. Se nota....

Cuatro de Julio






Pasó mi primer Cuatro julio sin pena ni gloria, como todas la fiestas de todos los países que conozco: comiendo y bebiendo hasta reventar. Entretenido y placentero, claro. Por supuesto me concedí mi dosis de americanismo con una banderita izada en mi casita blanca y aplaudiendo a los héroes del desfile patriótico de Washington.

Hay que reconocer que son originales, porque mientras veía desfilar al coche de Regreso al futuro, Bugs Bunny junto a personajes vestidos de Abraham Lincoln, Benjamin Franklin o súper Obama, pensaba en las mortíferas y pretenciosas procesiones de las Fallas para la ofrenda de la virgen en Valencia, o los "viva españa" que suenan a historia carcomida durante el Día de la Hispanidad. Con todos mis respetos, me quedo con esto. Sin embargo, me quedo con Valencia y mi Nit de l'Albà en Elche cuando vi los fuegos. Igual que no me di cuenta hasta que salí de Elche de que estábamos invadidos por palmeras, ahora me percato de qué pirómanos somos en nuestro mediterráneo valenciano.

A 30 grados a la sombra, un amigo me contó que salir en ese desfile que tenía el honor de presenciar era para esos chiquillos armados con sus trombones y sus vestidos decimonónicos y asfixiantes "once in a lifetime chance". Aunque les diera un soponcio. Parece bonito.

domingo, 27 de junio de 2010

Changes

A mitad de mi aventura, llegan unos cuantos cambios. Cambio de compañera de piso, varios amigos se van de la ciudad, otros -espero- vienen, tendré nuevos compañeros de trabajo y el futuro parece un poco más claro.

Esos cambios me han hecho reflexionar tanto como los recientes mensajes de Facebook de becarios de Efe sobre cómo disfrutan sus destinos por todo el mundo y un fin de semana de guía turística por todo Washington que me ha sorprendido porque, cuando conoces más y más la ciudad, vuelves a los lugares típicos y aún parecen distintos.

Entre pensamiento y pensamiento, se me repite, como si fuera un resumen de esta etapa, esta canción de David Bowie, pero con el acento brasileño y encantador de Seu Jorge.


Still don't know what I was waiting for
And my time was running wild
A million dead-end streets and
Every time I thought I'd got it made
It seemed the taste was not so sweet
So I turned myself to face me
But I've never caught a glimpse
Of how the others must see the faker
I'm much too fast to take that test

Busboys & Poets

El otro lugar de peregrinación de U st que me dejé sin describir en mi otro post sobre mi barrio favorito de la ciudad es el bar Busboys & Poets, el punto de encuentro para el ciudadano joven moderno típico de Washington: bohemio, progresista, político y muy, muy involucrado en la vida cívica. Lo mejor, a parte de una interesante librería, es un rincón con un mural de los grandes héroes pacifistas de la historia, donde se recita poesía y se debate las injusticias del mundo delante de una buena cerveza. Por descontado, orgánica y local. ¿He dicho ya que son modernos?

Su nombre es un homenaje a Langston Hughes, un poeta afroamericano que, según dicen los del bar, cuando trabajaba como busboy (limpiador de mesas) en el Hotel Wardman Park, le dejaba escritos sus poemas en un servilleta a un escritor estadounidense.

Al cabo de los años, se convirtió en un renombrado artista afroamericano que además de ser uno de los líderes que impulsaron el Renacimiento del Harlem de Nueva York, fue un precursor de la "jazz poetry" que los beatnicks retomaron en los años sesenta. Básicamente, consistía en adaptar ritmos sincopados a la poesía. "El blues del hombre triste" es un buen ejemplo.

En su honor, un iraquí-americano fundó el bar en 2005, en pleno apogeo de la lucha contra la guerra de Iraq en Estados Unidos. Es de lo más "liberal" que me he encontrado en Washington.

martes, 15 de junio de 2010

Un pelícano en CNN

Me pregunté quién tuvo la genial idea y pronunció las palabras mágicas en una reunión de jefes: ¿Por qué no traemos un pelícano al plató? Sí, es el símbolo de Luisiana y una de las víctimas del petróleo, pero... ¡es un pelícano en la redacción! ¿Qué aporta informativamente?¿Qué preguntas va a contestar? Si es la única forma de transmitir el valor de la fauna del Golfo al espectador, algo falla en la sensibilidad ecológista de los periodistas.

Todas las catástrofes naturales, escándalos políticos y crisis habidas y por haber consiguen sacar de los medios de comunicación -y especialmente de los telenoticias 24 horas- exageraciones, excentricidades y lo más extremo hasta llegar al ridículo y a la parodia automática e inconsciente de uno mismo.

Durante el terremoto de Haití, los periodistas eras "corresponsales médicos especiales para CNN" que atendían a las víctimas paso a paso con la cámara al lado y explicando -mientras el bebé lloraba y la madre miraba- cómo rescatar entre los escombras a los supervivientes.

Ahora, nos encontramos pelícanos porque da igual de qué informar pero hay que hablar del Golfo para que la tensión informativa no cese en esa espiral imparable que ha colocado al presidente esta noche frente a las cámaras en el Despacho Oval para dirigirse a la nación y tranquilizarla con sus dosis de discurso equilibrado y esperanzador que le han servido más o menos, pero que ya contentan a pocos.

Y es que la pregunta explícita a veces y otras implícita que se repite tras el pelícano y la rueda imparable del "breaking news" es algo más que un pelícano, obvio.

¿La crisis del Golfo de México acabará con la presidencia de Barack Obama?

Legítima, por supuesto, pero ¿no será que de tanto preguntarla estás afirmándola y provocándola?

Nos encantan las metáforas. Vivimos de ellas los periodistas. Somos al final y al cabo literatos muchas veces de pacotilla de la carne fresca de la realidad que nos rodea.

¿Y qué mejor y romántico y conmovedor relato el de ese hombre procedente de la raza estigmatizada que marcó la historia de Estados Unidos, pero que consiguió por su propio pie, como el sueño americano dicta, llegar al puesto más poderoso del mundo?

Y luchó con fe y abnegación, pero tal vez con demasiado idealismo, contra los males del planeta que acechaban a los estadounidenses, como la mayor crisis económica de la historia desde 1929, la guerra más interminable desde Vietnam, la otra guerra de Irak a la que siempre se negó, la amenaza nuclear siempre a punto de estallar mientras dos vecinas Coreas pelean e Irán enseña los dientes...

Y ahora la catástrofe ecológica de mayores dimensiones de la historia del país.

Sólo hay opción para dos finales de la película.

Murió -electoralmente- en el intento.

O el otro mejor final, una posibilidad gloriosa un tanto fuera del alcance del ser humano y más de ciencia-ficción.

Que lo solucione todo.

Pero a pesar de pelícanos y todo lo dicho, no creo en la teoría de la aguja hipodérmica de los medios de comunicación. No está todo en nuestras manos. Gracias a Dios.

Y gracias al pelícano, un periodista se llevó un pellizco en sus partes.



lunes, 14 de junio de 2010

Katrina (Parte II)






Mientras hacía fotos a su casa, una niña de menos de cinco años me preguntó desde la escalera si es que me gustaba. Y le dije que claro. Después, se fue corriendo para dentro, aunque antes se excusó con amabilidad y cortesía.

Era uno de los hogares contruidos dentro del proyecto "Make it Right" de Brad Pitt. Cuando te topas con ellas, sabes que las has encontrado. Son raras. Unas originales, otras menos, pero chocan en este Nueva Orleans de casas cuadradas de madera y porches sencillos con alguna baranda y enrejado.

Al final me decidí a tocar a una puerta de ellas, donde parecía que vivía un pastor y que era al mismo tiempo iglesia y casa.

Era una pareja de unos cuarenta o cincuenta con un montón de niños, de los cuales muchos ya eran sus nietos en una casa donde no faltaban los pósteres de Barack Obama. Me hablaron con paciencia sobre lo que supongo tantos antes le habrán preguntado.

La voz ronca de la mujer enumeraba los que murieron con sobriedad, pero sin una sonrisa durante toda la entrevista. Cuando les pregunté hacia dónde dirigieron su furia o frustración cuando volvieron y vieron el barrio con aún cadáveres por encontrar, el padre se pasó cinco minutos intentando contestar, hablando de esperanza, de la comunidad, de lo mucho que había por hacer.

Ella le cortó y me contestó claro: I was angry at the government. Y se soltó fácilmente.


Las reparaciones de las casas están a medias.

Pocos han borrado las X que recuerdan lo que dejó Katrina. Ni las banderas rotas.



Unos ponen un cristal o una puerta. O lo que pueden.



En estos remolques, esperan algunas de las familia a las casas de Brad Pitt, un proyecto de hogares verdes que construyen arquitectos famosos de todo el mundo y que financia el actor con 5 millones de dólares. Los dueños de las casas tienen que pagarlas, si pueden.

Este es el muro de cemento que no estuvo el 29 de agosto de 2005. Tampoco es tan alto ni tan grueso.

El conductor del autobús me explicó que de vez en cuando se escucha una que se derrumba y es que el Ayuntamiento de la ciudad, dice, no tiene dinero ni para echarlas abajo.

Empezaron a aparecer tras Katrina para dar alegría al barrio. Las llaman casas felices.

Alec se acercó a mí cuando esperaba al autobús, como extrañado de verme. Al principio me dio un poco de miedo. Al final me contó su vida y se dejó hacer una fotografía.


Desempleado. El blanco de sus ojos es amarillento, como el de alguien enfermo. Volvió a Nueva Orleans cuando el imperio automovilístico de Detroit se desmoronó. Katrina le dejó tres días en el tejado, aislado con su hermano a la espera del rescate. No sabía nadar. Recuerda las cucarachas y las ratas.


martes, 8 de junio de 2010

Katrina (Parte I)






Cuando subí al único autobús de todo Nueva Orleans que te acerca al Ninth Lower Ward, el conductor me miró extrañado y me preguntó: Are you sure this is your bus?

La pregunta cobró sentido tras dos horas de arrastrar mis pies entre barro y charcos, a través de un calor agotador y húmedo por el que la especie humana debería evolucionar si pretende resistirlo.

El barrio por el que caminaba fue el más golpeado por Katrina en agosto de 2005. Un lago se desbordó y los diques del delta del Mississipi cedieron e inundaron aquel distrito afroamericano y pobre del que menos personas de la ciudad pudieron ser evacuadas porque no llegaron a tiempo o porque no tenían coches propio para escapar.

El agua cubrió casas hasta alcanzar nueve metros de altura. En la mente de los espectadores de todo el mundo, quedaron grabadas para siempre aquellas imágenes aéreas de gente en lanchas y aviones que rescataban a niños amarrados a una madera o sobre un tejado.

Casi cinco de años después, la hierba crece fresca entre casas abandonadas y se escuchan algunos niños en las calles jugando. Pero no muchos. El paisaje es un lodazal mezclado con gravilla. Quedan casas con el esqueleto desnudo en estructuras de maderas semipodridas. Algún váter se mantiene intacto en un rincón.

Pensaba que no iba a encontrar a gente y me estaba volviendo ya casi loca bajo aquel cielo que retumbaba con truenos horrorosos. Nunca he escuchado truenos como esos, lo juro.

El único punto con vida humana que encontraba eran, de vez en cuando, cadenas de comida rápida de carretera. Aproveché para comprarme dos hamburguesas por 3 dólares y me las comí feliz pensando en qué pocas veces te topas con gangas así en Washington.

Pasé más de una hora sin poder parar de hacer fotografías a los escombros de lo que un día fueron hogares. En uno de ellos, quedaba un cristal roto con caras de horror y de alegría grafiteadas y en otro las frases escritas en rojo sobre una pared semiderruida que decían "this was my home".

Tampoco dejé fuera de mi objetivo las X que escribieron los equipos de rescate a su paso, cuando los niveles de agua bajaron y la estampa dejó al descubierto muerte, destrucción y peste. Con ellas, marcaron cuántas personas vivían allí, cuántas habían muerto, si quedaban animales vivos y la firma del escuadrón.

Hoy muchos habitantes las tienen tatuadas en sus brazos.

Finalmente, encontré en el porche de una casa de ladrillos que parecía nueva a cuatro mujeres y una niña. La que asumí era la cabeza de familia, que tendría unos 60 años, me explicó que aquellas que la acompañaban, vestidas de blanco y unos diez o veinte mayores que ella, eran sus hermanas.

Betty me explicó con acento sureño los detalles de la inundación con respuestas escuetas para que me fuera pronto, mientras las señoras me miraban desconfiando de mi cámara, pero con apenas fuerzas para abrir la boca.

La hija, de unos 30 años que parecían 50, con dientes rotos y con un peinado llamemosle atrevido, se reía de mí por mis pintas y porque decía que no tenía paraguas y me iba a mojar. Lo decía todo gritando, a carcajadas y de buena fe, y me indicó gustosamente hacia dónde tenía que dirigirme para encontrar las casas de Brad Pitt.

Me acompañó un rato y me dijo que ya no tenía miedo a los huracanes porque nada iba a ser peor que Katrina.

sábado, 5 de junio de 2010

India Hostel


De la ventana de una buhardilla salen las piernas de un maniquí de mujer. Un armario tiene pintadas diferentes tipos de gallinas del mundo. Una lápida es la protagonista del jardín, plantada dentro de una bañera reza RIP a "SID and NANCY".

No es el decorado de una película siniestra o surrealista, sino el entrañable albergue donde me hospedo, lleno de trotamundos, turistas europeos y algún desempleado en busca de trabajo, que me sirve de refugio a las furiosas y repentinas tormentas de Nueva Orleans como la de hoy.

Nueva Orleans


Nueva Orleans sorprende por su originalidad y por lo bien que la gente se le puede pasar, a pesar de que su historia liga como hermanas su pasión por el pecado a la maldición.

Caminas por una calle donde los borrachos acarician a los caballos de los policías y los agentes ni se inmutan mientras ven a los mujeres levantarse la camiseta para enseñar los pechos y conseguir un collar, como manda la tradición del carnaval de Mardi Gras. Los cantantes de blues con botas blancas y pantalones lilas, que cumplieron hace años los sesenta, ligan cantando al oído a mujeres solitarias en la barra de un bar. Y los de jazz se rompen los pulmones tocando con humor trompetas que dicen "don't come back, Katrina".

La gente es apasionada, relajada y bebe con facilidad. Una mujer cincuentona con una flor de lis tatuada en su muñeca, el emblema de la ciudad, nos explicó su amor por NOLA (Nueva Orleans) a la que sólo viene a emborracharse desde Los Ángeles y a dejarse llevar por los misterios de la noche en un bar donde puedes quedarte a dormir y cortarte por 10 dólares el pelo los lunes con un chupito como regalo.

Llena de personajes pintorescos que arrastran maletas de historias perdidas, la ciudad es como el malecón al que todo el mundo llega a descansar, olvidarse de sus lamentos y vivir la vida desde cero.

Todos son bienvenidos. Sólo hay que resistir a sus vientos y sus tormentas.

martes, 1 de junio de 2010

Sir Paul

Hoy he estado con Paul Mc Cartney. Pese a que tengo una maleta por hacer, ropa por lavar y un viaje por preparar, me concedo estos minutos para dejar constancia en mi memoria cibernética de este día beatle.

Le hemos esperado más de tres cuartos de hora, pero ha entrado como si nada, como uno más, como si no fuera una leyenda viva, como si el mundo no cayese a sus pies a su paso... Y lo ha hecho y Paul le ha pedido al periodista que tuviese cuidado de no tropezar.

Should I say something?, se ha estrenado ante los micrófonos con sonrisa inteligente y silenciosa, y ha procedido a dar las gracias caballerosamente como el sir que es de jure y de facto.

Los periodistas ansiosos por confesarle su máxima devoción se han entregado a preguntas elaboradas, que han practicado la noche anterior frente a su esposa, que se han escrito en un papel y que han rumiado desde que tenían quince años.

El primero es un loco, que vinilo en mano le habla de sus amigos y de cuánto escucharon al grupo. Y sir Paul le recuerda que es una rueda de prensa y que después se lo firmará (y lo hace).

El segundo es padre desde hace cinco días y adivina cuál es el segundo nombre del recién nacido. Yes, McCartney. Las preguntas, de coleccionista y beatlemaníaco, desempolvan un par de historias del recuerdo para la posteridad. Entre otras, una borrachera en Key West que explica los versos de "Here today" que dicen "What about the night we cried? Because there wasn't any reason left to keep it all inside".


Y tras una rueda de preguntas que no van más allá de lo yo sabido, Sir se despide entre una avalancha de periodistas que se vuelca con sus discos y libretas a por la firma para su hermana, su tío o ese bebé que ya habrá escuchado a los Beatles.

La sala se queda vacía de estrellas y yo me doy cuenta de que estoy encima de una silla grabando cómo se marcha, como si nada hubiera pasado.

jueves, 27 de mayo de 2010

U street



Mientras la ciudad ardía, en Ben's Chili Bowl se vendían perritos calientes.

Era 1968 y el asesinato de Martin Luther King convirtió la capital del país en una batalla campal de cristales rotos, hogares en llamas y tropas del Ejército en las calles.

Los primeros grupos se reunieron en la intersección entre la calle U y la 14, y pidieron a los establecimientos que cerraran en señal de duelo.

Pero con una población mayoritariamente negra, arrinconada en barrios como Columbia Heights y Shaw, y con la afroamericana Universidad Howard a la cabeza del Civil Rights Movement, la rabia no pudo contenerse.

Alrededor de 20.000 personas salieron a la calle durante cinco días. Hubo saqueos, incendios, atracos, murieron doce personas, se prohibió la venta de armas y unas 13.000 tropas tomaron la capital.

Entretanto, Ben seguía vendiendo perritos calientes.

Las cenizas de aquella hoguera todavía pueden recogerse en un éxodo urbano que sólo desde hace una década empieza a revertirse.




Más de cuarenta años después, U street se renueva, se pone de moda y ahora ya es parte del recorrido turístico y más desde que Barack Obama se sentó a la mesa a mancharse y chuparse los dedos con chili. O desde que aparecieron los distinguidos Nicolas Sarkozy y Carla Bruni para sentirse americanos entre las paredes grasientas por el humo de las suculentas "french fries".

Pero antes de que el Harlem de Nueva York aspirara a existir, U street y este original pequeño local donde todos los camareros son afroamericanos, los precios de los perritos nunca suben y está abierto a horas intempestivas para esta ciudad (las dos de la mañana), eran el corazón de la cultura afroamericana.

No en vano podías meterte en cavernas de jazz y encontrarte tocando a un vecino del barrio, Duke Ellington.


Más Nueva York

Viajar de la horizontalidad y perfección de Washington a la verticalidad y caos de Nueva York es la combinación perfecta para escaparte de todo un fin de semana.

Esta vez tuve el honor de hospedarme en un Brooklyn latino donde el reaggetton suena hasta durante la hora de la siesta, y beber cerveza mala y cara en un club ochentero, pero fresca y gratis en la escalera de incendios del piso de un amigo.

La mañana dominguera fue para los famosos brunch de mi neoyorquina catalana favorita que siempre sabe elegir el lugar perfecto. Esta vez, el marroquí Café Mogador.

Y por fin descubrí el Metropolitan. Sales y quieres volver a entrar. Sólo digo eso.

Pero con lo mejor que me quedo es el viaje de vuelta. Como muchos sabréis, las principales ciudades de la costa este de Estados Unidos están unidas por autobuses de compañías de inmigrantes chinos que unen los barrios tipo Chinatown y que son la alternativa más barata a un caro y poco frecuente tren.

Elegí la coreana MVP (Most Valuable Price). A parte de esperar dos horas, pasar miedo por un inconsciente conductor que se peleó consigo mismo diez minutos buscando el botón para abrir la puerta y quedarnos atrapados en el puente de Delaware por un accidente, sufrí y compartí la mayor vergüenza ajena colectiva de mi vida. (Sólo mis amigos lo saben, pero la vergüenza ajena es como la peor de mis pesadillas). Al señor se le ocurrió poner una película para amenizar el viaje y nos regaló minutos inolvidables y de escándalo de la introducción de la porno "Girls get free". Suerte que no encontró el play.

Al cabo de doce horas de viaje entre esperas y retrasos, por supuesto, dos curiosos pasajeros (un soldado árabe destinado a Irak y un palestino obsesionado con el fútbol español) acabaron siendo mis amigos.

Finalmente, llegué a las dos de la madrugada a mis tranquilas y victorianas calles de Washington, agotada y satisfecha de mi dosis de estrés neoyorquino.



Otros apuntes:

Siempre sorprendida por las pijas.


Los conciertos del metro. Al menos podrían combinar las bambas.




Hot dog en Central Park.




Y todo el día en el Metropolitan.


Además, un fin de semana entero discutiendo sobre qué es Nueva York: ¿la ciudad que nunca duerme, la capital del mundo, todo un mito y una ciudad sucia, inhóspita y sin personalidad?

Os dejo a Woody Allen para que juzguéis vosotros mismos.




"She didn't get into the right pre-school, which means she won't get into a good private school, which means she'll never get into the Ivy League college, she won't get a good job. She's 3 years-old and her life is finished!"

jueves, 29 de abril de 2010

Entre North East y North West


Desde New York Ave, en el punto donde se parte en dos la ciudad. Izquierda, Noreste. Derecha, Noroeste. Como siempre, a lo lejos, el Capitolio, que es visible desde casi cualquier punto de la ciudad. Ningún edificio puede ser más alto que él. Y ahora debaten si poner tranvías o no, porque los cables aéreos pueden molestar la vista del omnipresente símbolo de la democracia.

lunes, 26 de abril de 2010

La otredad de la vida cotidiana


Es difícil dejar de ser extranjero. Al principio, te atormentas con el idioma. Water, water, water, ¡water!. Nunca olvidaré cuántas veces aquel cajero me lo hizo repetir. Después, exageras todo: están locos, míralos, con armas, ¡pegando tiros! Y por último te crees que eres como de aquí, te sorprende qué fácil es hacerse con el país, la gente, la cultura... Pero lo cierto es que inconscientemente sigues juzgando al otro en la vida cotidiana, sin parar y sin remedio.

Por ejemplo, entra la luz y te despiertas. Aquí no hay persianas como las de España.

Bajas al metro y el único sonido que se escucha en una parada con decenas de personas es la escalera mecánica. Piensas: en Valencia, los niños no se callan.

Por las calles, todos andan con sus termos de café. ¿Me debería comprar uno? Y el muñequito del semáforo no es verde, sino blanco. Qué cosas.

Vas a desayunar y las cafeterías llenas de gente no son para cotillear y charlar entre el humo del tabaco, las risas y los gritos de tu amiga loca, sino para despejarse solos, cada uno en una mesita, con un libro, el portátil y el Ipod.

Estás intentando escribir y las sirenas de los policías y ambulancias suenan más fuerte que en ningún otro lugar. ¡Por qué!

Sales del trabajo hacia al supermercado y llega el momento de mayores indecisiones del día porque los productos se multiplican en tipologías que no entiendes y tamaños siempre demasiado grandes. ¿Té lipton de 11 ounzes con menta? ¿Light? ¿Orgánico? ¿Con o sin cafeína? ¿O prefieres un 10 por ciento menos? ¿Este es dos por uno? ¿Aquél dos por tres? Y luego llegas a casa y no es té.

Quedas con un amigo para cenar y los camareros siempre te sonríen como nadie te ha sonreído en la vida, nunca te preguntan si quieres café y corren a traerte la cuenta en el último bocado.

Y de vuelta a casa, los vecinos a los que nunca hablas siempre te saludan con la cabeza y te dicen "how are you doing" y nunca sabes qué contestar porque sabes que en verdad no quieren saberlo y que "how are you doing" es un hola raro al que día a día contestas con un gesto incómodo y a veces un hey, pero siempre sin sentirte completamente natural.
Como si fueras otro.

domingo, 25 de abril de 2010

D.C.


Íbamos a subir al metro y dos chicos discutían y nos pregunta uno de ellos casi clamando al cielo.

"Why in this city the only thing that matters is what your job is about, what you do and how important you are?"

"Yes, that's pretty much D.C." Le contesta mi compañera mientras el metro para enfrente de nosotros.

"Is this train going to Glenmont?"

"No, this goes to the opposite direction".

"Thanks!"

Y ahí acabó la pregunta trascendental.


The greatest city in America

"You'll never discover a stranger city with such extreme style. It's as if every eccentric in the south decided to move north, ran out of gas in Baltimore, and decided to stay." John Waters



Fue imposible no sentir compasión al leer el presuntuoso eslogan escrito en un banco rallado y grafiteado de una ciudad conocida por sus altos índices de criminalidad, una pequeña bahía de agua contaminada y la tumba de Edgar Allan Poe que mantiene abierta una disputa secular con los vecinos de Richmond, quienes aseguran que el escritor también odiaba Baltimore.

Pero así me lo topé nada más llegar: "The greatest city in America".

Y después de leer el un tanto despiadado post de mi compañera de viaje, aún siento más esa compasión, aunque tengo que confesar que me reí tanto como ella de sus fabulosas cutreces, y que cuando volví a la estación y me enteré de que mi tren no operaba los fines de semana, me entró el pánico. Otro día más allí, no, por favor.

Pero digamos que Baltimore tiene algo que todas las ciudades estadounidenses tienen o han tenido, y que merece una reflexión como parte de mi inmersión en la historia y sociedad de este país.

Ese "algo" puede llamarse una vida urbana descompuesta, desordenada, con una identidad disuelta que intenta acogerse a un pasado corto, fugaz y sin grandes éxitos, y que lo único que a veces le une es un equipo de fútbol americano que una vez ganó la Superbowl.

La explicación de esa decadencia, de esos barrios que de una calle a otra se sumergen en basura, con calzadas rotas, vagabundos al lado de niños que juegan en un parque de dos metros cuadrados, suele ser tan sencilla como compleja. Son los dos pecados originales que recorren este país: la pobreza y la segregación racial. Como ya me ocurrió en mi primera aventura estadounidense, ambos me siguen impresionando, pero no volvamos sobre ellos y pintemos una nota más colorida.

Porque en todos los lugares y también en Baltimore, quedan esos rincones que se esconden tras una puerta que dice "coffee" y que te ofrecen un buen "bagel" con una sonrisa, música clásica y una biblioteca de libros gastados. O un buen anfitrión solidario que te acoge en su casa, te enseña la ciudad por la noche y el bar más de moda, y te explica cómo bailar "swing".

O una tienda de vinilos escondida a la que entras casi por casualidad porque un tipo moderno llama al mismo tiempo que tú pasas por delante. Te cuelas con él por un pasillo estrecho, atraviesas un patio con una barbacoa y discos de Aretha Franklin, y acabas conversando con un marinero melómano que te pone jazz brasileño con sonidos de la jungla. Entre discos llenos de polvo, encuentras el tuyo, lo pagas, te lo llevas y esperas que, cuando los años pasen y lo vuelvas a escuchar con tus nietos por ahí jugando, tu memoria recuerde esos lugares que sabes que no volverás a pisar jamás.




On a marble stair
Tryin' to find the ocean
Lookin' everywhere

Hard times in the city
In a hard town by the sea
Ain't nowhere to run to
There ain't nothin' here for free

Hooker on the corner
Waitin' for a train
Drunk lyin' on the sidewalk
Sleepin' in the rain

And they hide their faces
And they hide their eyes
'Cause the city's dyin'
And they don't know why

Oh Baltimore
Man it's hard just to live
Oh, Baltimore
Man, it's hard just to life, just to live

Get my sister Sandy
And my little brother Ray
Buy a big old wagon
To haul us all away

Live out in the country
Where the mountain's high
Never comin' back here
'Til the day I die

Oh, Baltimore
Man, it's hard just to live
Oh, Baltimore
Man, it's hard just to live, just to live



Lo que hace única a Baltimore:

- Frank Zappa nació allí.
- Edgar Allan Poe murió allí.
- Museos únicos: el de "Incadescent Lighting" y el de Tatuajes.
- Francis Scott Key escribió el himno nacional de Estados Unidos inspirándose en la bandera que permanecía ondeando después de una batalla contra las tropas británicas en el puerto de Baltimore.

-Tenéis que ver The Wire, serie rodada en Baltimore y creada por el periodista David Simon.