martes, 8 de junio de 2010

Katrina (Parte I)






Cuando subí al único autobús de todo Nueva Orleans que te acerca al Ninth Lower Ward, el conductor me miró extrañado y me preguntó: Are you sure this is your bus?

La pregunta cobró sentido tras dos horas de arrastrar mis pies entre barro y charcos, a través de un calor agotador y húmedo por el que la especie humana debería evolucionar si pretende resistirlo.

El barrio por el que caminaba fue el más golpeado por Katrina en agosto de 2005. Un lago se desbordó y los diques del delta del Mississipi cedieron e inundaron aquel distrito afroamericano y pobre del que menos personas de la ciudad pudieron ser evacuadas porque no llegaron a tiempo o porque no tenían coches propio para escapar.

El agua cubrió casas hasta alcanzar nueve metros de altura. En la mente de los espectadores de todo el mundo, quedaron grabadas para siempre aquellas imágenes aéreas de gente en lanchas y aviones que rescataban a niños amarrados a una madera o sobre un tejado.

Casi cinco de años después, la hierba crece fresca entre casas abandonadas y se escuchan algunos niños en las calles jugando. Pero no muchos. El paisaje es un lodazal mezclado con gravilla. Quedan casas con el esqueleto desnudo en estructuras de maderas semipodridas. Algún váter se mantiene intacto en un rincón.

Pensaba que no iba a encontrar a gente y me estaba volviendo ya casi loca bajo aquel cielo que retumbaba con truenos horrorosos. Nunca he escuchado truenos como esos, lo juro.

El único punto con vida humana que encontraba eran, de vez en cuando, cadenas de comida rápida de carretera. Aproveché para comprarme dos hamburguesas por 3 dólares y me las comí feliz pensando en qué pocas veces te topas con gangas así en Washington.

Pasé más de una hora sin poder parar de hacer fotografías a los escombros de lo que un día fueron hogares. En uno de ellos, quedaba un cristal roto con caras de horror y de alegría grafiteadas y en otro las frases escritas en rojo sobre una pared semiderruida que decían "this was my home".

Tampoco dejé fuera de mi objetivo las X que escribieron los equipos de rescate a su paso, cuando los niveles de agua bajaron y la estampa dejó al descubierto muerte, destrucción y peste. Con ellas, marcaron cuántas personas vivían allí, cuántas habían muerto, si quedaban animales vivos y la firma del escuadrón.

Hoy muchos habitantes las tienen tatuadas en sus brazos.

Finalmente, encontré en el porche de una casa de ladrillos que parecía nueva a cuatro mujeres y una niña. La que asumí era la cabeza de familia, que tendría unos 60 años, me explicó que aquellas que la acompañaban, vestidas de blanco y unos diez o veinte mayores que ella, eran sus hermanas.

Betty me explicó con acento sureño los detalles de la inundación con respuestas escuetas para que me fuera pronto, mientras las señoras me miraban desconfiando de mi cámara, pero con apenas fuerzas para abrir la boca.

La hija, de unos 30 años que parecían 50, con dientes rotos y con un peinado llamemosle atrevido, se reía de mí por mis pintas y porque decía que no tenía paraguas y me iba a mojar. Lo decía todo gritando, a carcajadas y de buena fe, y me indicó gustosamente hacia dónde tenía que dirigirme para encontrar las casas de Brad Pitt.

Me acompañó un rato y me dijo que ya no tenía miedo a los huracanes porque nada iba a ser peor que Katrina.

2 comentarios:

  1. Cuantas cosas han pasado en estas semanas! Veo que la actividad ha sido frenética! Has hecho que me entre el gusanillo de ir para Nueva Orleans, por su historia pinta bastante mejor que Baltimore.

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  2. te recomiendo que vayas cuando pase el verano.. mucho calor!

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