domingo, 27 de junio de 2010

Changes

A mitad de mi aventura, llegan unos cuantos cambios. Cambio de compañera de piso, varios amigos se van de la ciudad, otros -espero- vienen, tendré nuevos compañeros de trabajo y el futuro parece un poco más claro.

Esos cambios me han hecho reflexionar tanto como los recientes mensajes de Facebook de becarios de Efe sobre cómo disfrutan sus destinos por todo el mundo y un fin de semana de guía turística por todo Washington que me ha sorprendido porque, cuando conoces más y más la ciudad, vuelves a los lugares típicos y aún parecen distintos.

Entre pensamiento y pensamiento, se me repite, como si fuera un resumen de esta etapa, esta canción de David Bowie, pero con el acento brasileño y encantador de Seu Jorge.


Still don't know what I was waiting for
And my time was running wild
A million dead-end streets and
Every time I thought I'd got it made
It seemed the taste was not so sweet
So I turned myself to face me
But I've never caught a glimpse
Of how the others must see the faker
I'm much too fast to take that test

Busboys & Poets

El otro lugar de peregrinación de U st que me dejé sin describir en mi otro post sobre mi barrio favorito de la ciudad es el bar Busboys & Poets, el punto de encuentro para el ciudadano joven moderno típico de Washington: bohemio, progresista, político y muy, muy involucrado en la vida cívica. Lo mejor, a parte de una interesante librería, es un rincón con un mural de los grandes héroes pacifistas de la historia, donde se recita poesía y se debate las injusticias del mundo delante de una buena cerveza. Por descontado, orgánica y local. ¿He dicho ya que son modernos?

Su nombre es un homenaje a Langston Hughes, un poeta afroamericano que, según dicen los del bar, cuando trabajaba como busboy (limpiador de mesas) en el Hotel Wardman Park, le dejaba escritos sus poemas en un servilleta a un escritor estadounidense.

Al cabo de los años, se convirtió en un renombrado artista afroamericano que además de ser uno de los líderes que impulsaron el Renacimiento del Harlem de Nueva York, fue un precursor de la "jazz poetry" que los beatnicks retomaron en los años sesenta. Básicamente, consistía en adaptar ritmos sincopados a la poesía. "El blues del hombre triste" es un buen ejemplo.

En su honor, un iraquí-americano fundó el bar en 2005, en pleno apogeo de la lucha contra la guerra de Iraq en Estados Unidos. Es de lo más "liberal" que me he encontrado en Washington.

martes, 15 de junio de 2010

Un pelícano en CNN

Me pregunté quién tuvo la genial idea y pronunció las palabras mágicas en una reunión de jefes: ¿Por qué no traemos un pelícano al plató? Sí, es el símbolo de Luisiana y una de las víctimas del petróleo, pero... ¡es un pelícano en la redacción! ¿Qué aporta informativamente?¿Qué preguntas va a contestar? Si es la única forma de transmitir el valor de la fauna del Golfo al espectador, algo falla en la sensibilidad ecológista de los periodistas.

Todas las catástrofes naturales, escándalos políticos y crisis habidas y por haber consiguen sacar de los medios de comunicación -y especialmente de los telenoticias 24 horas- exageraciones, excentricidades y lo más extremo hasta llegar al ridículo y a la parodia automática e inconsciente de uno mismo.

Durante el terremoto de Haití, los periodistas eras "corresponsales médicos especiales para CNN" que atendían a las víctimas paso a paso con la cámara al lado y explicando -mientras el bebé lloraba y la madre miraba- cómo rescatar entre los escombras a los supervivientes.

Ahora, nos encontramos pelícanos porque da igual de qué informar pero hay que hablar del Golfo para que la tensión informativa no cese en esa espiral imparable que ha colocado al presidente esta noche frente a las cámaras en el Despacho Oval para dirigirse a la nación y tranquilizarla con sus dosis de discurso equilibrado y esperanzador que le han servido más o menos, pero que ya contentan a pocos.

Y es que la pregunta explícita a veces y otras implícita que se repite tras el pelícano y la rueda imparable del "breaking news" es algo más que un pelícano, obvio.

¿La crisis del Golfo de México acabará con la presidencia de Barack Obama?

Legítima, por supuesto, pero ¿no será que de tanto preguntarla estás afirmándola y provocándola?

Nos encantan las metáforas. Vivimos de ellas los periodistas. Somos al final y al cabo literatos muchas veces de pacotilla de la carne fresca de la realidad que nos rodea.

¿Y qué mejor y romántico y conmovedor relato el de ese hombre procedente de la raza estigmatizada que marcó la historia de Estados Unidos, pero que consiguió por su propio pie, como el sueño americano dicta, llegar al puesto más poderoso del mundo?

Y luchó con fe y abnegación, pero tal vez con demasiado idealismo, contra los males del planeta que acechaban a los estadounidenses, como la mayor crisis económica de la historia desde 1929, la guerra más interminable desde Vietnam, la otra guerra de Irak a la que siempre se negó, la amenaza nuclear siempre a punto de estallar mientras dos vecinas Coreas pelean e Irán enseña los dientes...

Y ahora la catástrofe ecológica de mayores dimensiones de la historia del país.

Sólo hay opción para dos finales de la película.

Murió -electoralmente- en el intento.

O el otro mejor final, una posibilidad gloriosa un tanto fuera del alcance del ser humano y más de ciencia-ficción.

Que lo solucione todo.

Pero a pesar de pelícanos y todo lo dicho, no creo en la teoría de la aguja hipodérmica de los medios de comunicación. No está todo en nuestras manos. Gracias a Dios.

Y gracias al pelícano, un periodista se llevó un pellizco en sus partes.



lunes, 14 de junio de 2010

Katrina (Parte II)






Mientras hacía fotos a su casa, una niña de menos de cinco años me preguntó desde la escalera si es que me gustaba. Y le dije que claro. Después, se fue corriendo para dentro, aunque antes se excusó con amabilidad y cortesía.

Era uno de los hogares contruidos dentro del proyecto "Make it Right" de Brad Pitt. Cuando te topas con ellas, sabes que las has encontrado. Son raras. Unas originales, otras menos, pero chocan en este Nueva Orleans de casas cuadradas de madera y porches sencillos con alguna baranda y enrejado.

Al final me decidí a tocar a una puerta de ellas, donde parecía que vivía un pastor y que era al mismo tiempo iglesia y casa.

Era una pareja de unos cuarenta o cincuenta con un montón de niños, de los cuales muchos ya eran sus nietos en una casa donde no faltaban los pósteres de Barack Obama. Me hablaron con paciencia sobre lo que supongo tantos antes le habrán preguntado.

La voz ronca de la mujer enumeraba los que murieron con sobriedad, pero sin una sonrisa durante toda la entrevista. Cuando les pregunté hacia dónde dirigieron su furia o frustración cuando volvieron y vieron el barrio con aún cadáveres por encontrar, el padre se pasó cinco minutos intentando contestar, hablando de esperanza, de la comunidad, de lo mucho que había por hacer.

Ella le cortó y me contestó claro: I was angry at the government. Y se soltó fácilmente.


Las reparaciones de las casas están a medias.

Pocos han borrado las X que recuerdan lo que dejó Katrina. Ni las banderas rotas.



Unos ponen un cristal o una puerta. O lo que pueden.



En estos remolques, esperan algunas de las familia a las casas de Brad Pitt, un proyecto de hogares verdes que construyen arquitectos famosos de todo el mundo y que financia el actor con 5 millones de dólares. Los dueños de las casas tienen que pagarlas, si pueden.

Este es el muro de cemento que no estuvo el 29 de agosto de 2005. Tampoco es tan alto ni tan grueso.

El conductor del autobús me explicó que de vez en cuando se escucha una que se derrumba y es que el Ayuntamiento de la ciudad, dice, no tiene dinero ni para echarlas abajo.

Empezaron a aparecer tras Katrina para dar alegría al barrio. Las llaman casas felices.

Alec se acercó a mí cuando esperaba al autobús, como extrañado de verme. Al principio me dio un poco de miedo. Al final me contó su vida y se dejó hacer una fotografía.


Desempleado. El blanco de sus ojos es amarillento, como el de alguien enfermo. Volvió a Nueva Orleans cuando el imperio automovilístico de Detroit se desmoronó. Katrina le dejó tres días en el tejado, aislado con su hermano a la espera del rescate. No sabía nadar. Recuerda las cucarachas y las ratas.


martes, 8 de junio de 2010

Katrina (Parte I)






Cuando subí al único autobús de todo Nueva Orleans que te acerca al Ninth Lower Ward, el conductor me miró extrañado y me preguntó: Are you sure this is your bus?

La pregunta cobró sentido tras dos horas de arrastrar mis pies entre barro y charcos, a través de un calor agotador y húmedo por el que la especie humana debería evolucionar si pretende resistirlo.

El barrio por el que caminaba fue el más golpeado por Katrina en agosto de 2005. Un lago se desbordó y los diques del delta del Mississipi cedieron e inundaron aquel distrito afroamericano y pobre del que menos personas de la ciudad pudieron ser evacuadas porque no llegaron a tiempo o porque no tenían coches propio para escapar.

El agua cubrió casas hasta alcanzar nueve metros de altura. En la mente de los espectadores de todo el mundo, quedaron grabadas para siempre aquellas imágenes aéreas de gente en lanchas y aviones que rescataban a niños amarrados a una madera o sobre un tejado.

Casi cinco de años después, la hierba crece fresca entre casas abandonadas y se escuchan algunos niños en las calles jugando. Pero no muchos. El paisaje es un lodazal mezclado con gravilla. Quedan casas con el esqueleto desnudo en estructuras de maderas semipodridas. Algún váter se mantiene intacto en un rincón.

Pensaba que no iba a encontrar a gente y me estaba volviendo ya casi loca bajo aquel cielo que retumbaba con truenos horrorosos. Nunca he escuchado truenos como esos, lo juro.

El único punto con vida humana que encontraba eran, de vez en cuando, cadenas de comida rápida de carretera. Aproveché para comprarme dos hamburguesas por 3 dólares y me las comí feliz pensando en qué pocas veces te topas con gangas así en Washington.

Pasé más de una hora sin poder parar de hacer fotografías a los escombros de lo que un día fueron hogares. En uno de ellos, quedaba un cristal roto con caras de horror y de alegría grafiteadas y en otro las frases escritas en rojo sobre una pared semiderruida que decían "this was my home".

Tampoco dejé fuera de mi objetivo las X que escribieron los equipos de rescate a su paso, cuando los niveles de agua bajaron y la estampa dejó al descubierto muerte, destrucción y peste. Con ellas, marcaron cuántas personas vivían allí, cuántas habían muerto, si quedaban animales vivos y la firma del escuadrón.

Hoy muchos habitantes las tienen tatuadas en sus brazos.

Finalmente, encontré en el porche de una casa de ladrillos que parecía nueva a cuatro mujeres y una niña. La que asumí era la cabeza de familia, que tendría unos 60 años, me explicó que aquellas que la acompañaban, vestidas de blanco y unos diez o veinte mayores que ella, eran sus hermanas.

Betty me explicó con acento sureño los detalles de la inundación con respuestas escuetas para que me fuera pronto, mientras las señoras me miraban desconfiando de mi cámara, pero con apenas fuerzas para abrir la boca.

La hija, de unos 30 años que parecían 50, con dientes rotos y con un peinado llamemosle atrevido, se reía de mí por mis pintas y porque decía que no tenía paraguas y me iba a mojar. Lo decía todo gritando, a carcajadas y de buena fe, y me indicó gustosamente hacia dónde tenía que dirigirme para encontrar las casas de Brad Pitt.

Me acompañó un rato y me dijo que ya no tenía miedo a los huracanes porque nada iba a ser peor que Katrina.

sábado, 5 de junio de 2010

India Hostel


De la ventana de una buhardilla salen las piernas de un maniquí de mujer. Un armario tiene pintadas diferentes tipos de gallinas del mundo. Una lápida es la protagonista del jardín, plantada dentro de una bañera reza RIP a "SID and NANCY".

No es el decorado de una película siniestra o surrealista, sino el entrañable albergue donde me hospedo, lleno de trotamundos, turistas europeos y algún desempleado en busca de trabajo, que me sirve de refugio a las furiosas y repentinas tormentas de Nueva Orleans como la de hoy.

Nueva Orleans


Nueva Orleans sorprende por su originalidad y por lo bien que la gente se le puede pasar, a pesar de que su historia liga como hermanas su pasión por el pecado a la maldición.

Caminas por una calle donde los borrachos acarician a los caballos de los policías y los agentes ni se inmutan mientras ven a los mujeres levantarse la camiseta para enseñar los pechos y conseguir un collar, como manda la tradición del carnaval de Mardi Gras. Los cantantes de blues con botas blancas y pantalones lilas, que cumplieron hace años los sesenta, ligan cantando al oído a mujeres solitarias en la barra de un bar. Y los de jazz se rompen los pulmones tocando con humor trompetas que dicen "don't come back, Katrina".

La gente es apasionada, relajada y bebe con facilidad. Una mujer cincuentona con una flor de lis tatuada en su muñeca, el emblema de la ciudad, nos explicó su amor por NOLA (Nueva Orleans) a la que sólo viene a emborracharse desde Los Ángeles y a dejarse llevar por los misterios de la noche en un bar donde puedes quedarte a dormir y cortarte por 10 dólares el pelo los lunes con un chupito como regalo.

Llena de personajes pintorescos que arrastran maletas de historias perdidas, la ciudad es como el malecón al que todo el mundo llega a descansar, olvidarse de sus lamentos y vivir la vida desde cero.

Todos son bienvenidos. Sólo hay que resistir a sus vientos y sus tormentas.

martes, 1 de junio de 2010

Sir Paul

Hoy he estado con Paul Mc Cartney. Pese a que tengo una maleta por hacer, ropa por lavar y un viaje por preparar, me concedo estos minutos para dejar constancia en mi memoria cibernética de este día beatle.

Le hemos esperado más de tres cuartos de hora, pero ha entrado como si nada, como uno más, como si no fuera una leyenda viva, como si el mundo no cayese a sus pies a su paso... Y lo ha hecho y Paul le ha pedido al periodista que tuviese cuidado de no tropezar.

Should I say something?, se ha estrenado ante los micrófonos con sonrisa inteligente y silenciosa, y ha procedido a dar las gracias caballerosamente como el sir que es de jure y de facto.

Los periodistas ansiosos por confesarle su máxima devoción se han entregado a preguntas elaboradas, que han practicado la noche anterior frente a su esposa, que se han escrito en un papel y que han rumiado desde que tenían quince años.

El primero es un loco, que vinilo en mano le habla de sus amigos y de cuánto escucharon al grupo. Y sir Paul le recuerda que es una rueda de prensa y que después se lo firmará (y lo hace).

El segundo es padre desde hace cinco días y adivina cuál es el segundo nombre del recién nacido. Yes, McCartney. Las preguntas, de coleccionista y beatlemaníaco, desempolvan un par de historias del recuerdo para la posteridad. Entre otras, una borrachera en Key West que explica los versos de "Here today" que dicen "What about the night we cried? Because there wasn't any reason left to keep it all inside".


Y tras una rueda de preguntas que no van más allá de lo yo sabido, Sir se despide entre una avalancha de periodistas que se vuelca con sus discos y libretas a por la firma para su hermana, su tío o ese bebé que ya habrá escuchado a los Beatles.

La sala se queda vacía de estrellas y yo me doy cuenta de que estoy encima de una silla grabando cómo se marcha, como si nada hubiera pasado.