miércoles, 22 de septiembre de 2010

Los e-mails de mi madre

Hoy miraba la fecha una y otra vez. 22 de septiembre. La veía en el editor de Efe, la leía en las noticias, se repetía en mi cabeza y me preguntaba intrigada qué pasa, algo se me escapa, es un día especial, no me acuerdo... Y entonces he leído el e-mail de mi madre.

Hija, sólo faltan tres meses. Estoy pensando en el menú de Nochebuena.

Efectivamente me queda un trimestre exacto para subir a un vuelo destino El Altet (Elche) y deslumbrarme de nuevo con los colores de casa. Siempre el recuerdo confunde los tonos de tu país durante los primeros instantes que lo pisas, cuando aún te sientes adormecida, como en trance.

Hace dos años ya me pasó cuando dejé el aeropuerto de Dallas y caí de repente en el coche nuevo de mis padres que se habían hecho modernos y escuchaban Shakira. Se peleaban por dominar el Compact Disc mientras yo devoraba el bocadillo de queso con tomate que mi madre me había preparado. Por supuesto, el agua, una servilleta y un plátano estaban en la misma bolsa porque mi madre siempre piensa todo. Estaba en casa.

Mi madre además avanza con la tecnología y me deja siempre a cuadros. En menos de un mes domina el Skype con webcam incluida. Ha aprendido a investigar en Google y me envía ella misma mis noticias antes incluso de que yo compruebe si se han publicado. No para de preguntarme qué es Facebook y sigo sin explicárselo, pero sabe dónde dejé un comentario en una noticia. Yo le digo que no es mío, pero ella sabe que sí. Es como tú hablas, me contradice.

Y ahora me dice que sólo faltan tres meses, como me diría cuando me faltan dos horas para que se me escape un tren o para recordarme que mire la cuenta del banco o para gritarme que "el quemenjar se gela" cuando la comida está en la mesa.

A veces, con tanto e-mail maternal, parece que estoy casi como en casa.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Bill Clinton

Debo confesar que no sabía quién era Bill Clinton hasta que vi esta entrevista sin editar en la que el presentador Jon Stewart ("The Daily Show") pierde el control de la conversación y se rinde ante un alegato poderosamente argumentado sobre los problemas de la economía estadounidense y cómo salir de la crisis.

Resulta inevitable apuntar que en 1992 un cartel en la oficina central de su campaña electoral sintetizó su mensaje, fue el estandarte de la victoria contra Bush padre y pasó a la historia de la política estadounidense, "Es la economía, estúpido".

Y no en vano.

A sus 64 años, Clinton se obliga al menos una hora al día a estudiar la economía, según confesó, y puede citar, relacionar y explicar cifras económicas como si hablara de fútbol con una agudeza tan convincente como extraordinaria.

Después de exponer qué es lo que el Gobierno de Barack Obama tiene que hacer para salir de la crisis y cómo su partido puede ganar las próximas elecciones legislativas, Stewart se queda en blanco y suelta la pregunta que todos los espectadores tienen en mente.

¿Por qué no escucho nada de eso de nadie excepto de ti?

Y Clinton responde: "He estado haciendo esto durante mucho tiempo".

The Daily Show With Jon StewartMon - Thurs 11p / 10c
Exclusive - Bill Clinton Extended Interview Pt. 2
www.thedailyshow.com
Daily Show Full EpisodesPolitical HumorTea Party



Y no sólo sobre economía. Otra entrevista en la que Clinton devora, argumentativamente hablando, al presentador cuando le pregunta sobre la responsabilidad de su gobierno por no matar a Bin Laden.

martes, 14 de septiembre de 2010

Mi vecino y D.C.

Esta noche volvía a casa cansada de un día aburrido y me he encontrado a mi vecino en la puerta con un cártel con luces amarillas y coreando consignas a favor del candidato demócrata a la alcaldía de Washington, Vincent Gray. Faltaba media hora para cerrar las urnas.

El favorito de mi vecino podría hoy ganar las primarias y dejar fuera de las elecciones al actual alcalde demócrata, Adrian Fenty. Para un estadounidense de fuera de Washington, esta sería una gran sorpresa. En menos de una década esta ciudad ha vivido una de las transformaciones más radicales de su historia en cuanto a revitalización de barrios y reducción de la delincuencia en la que fue en su día la capital del crimen de EEUU. Y en parte el "artífice" del cambio está a punto de perder.

Es difícil entenderlo, pero si conoces a mi vecino y su historia, no lo es tanto.

Vivo en una calle de poco más de 20 casas en cada acera. En el centro y al lado de mi casita blanca, está la suya, donde vive su familia afroamericana de pocos recursos, la única que queda de ese estrato social.

En tardes con buen tiempo, suele sentarse fuera en una silla a escuchar Beyoncé. Sus nietos juegan al baloncesto mientras su biznieta -hija de su nieta de 16 años- corre descalza y con pañales como una campeona. En la puerta del hogar, donde también vive la abuela y una tía, cuelga con orgullo la fotografía de la familia Obama. La madre de los nietos ha vuelto esta semana por enésima vez a la cárcel, según me han contado hoy los niños.

Mi vecino también se precia de ser el "alcalde del barrio" desde hace 30 años, sobre todo las noches que se ha pasado con el güisqui. Hay que precisar que mi corta calle está en el borde de dos barrios. Hacia el oeste, está Shaw, un tradicional distrito afroamericano donde se encuentra la Universidad Howard, mítica por su activismo -de allí salieron los abogados que acabaron con la segregación escolar en un caso histórico que llegó al Tribunal Supremo. Pero también son calles en proceso de "gentrification" (aburguesamiento) o, en otras palabras, "saliendo del gueto". De vez en cuando escuchamos disparos de pandillas.

En cambio, si miras al este, las grúas levantan nuevos edificios de estilo europeo que chocan con la victoriana arquitectura washingtoniana. A dos calles, de camino al centro, te topas con supermercados como Safeway, con tomates a cinco dólares.

Como "alcalde", mi vecino ha presenciado todos esos cambios, ha visto cómo ese otro mundo más urbanita, de universitarios de Georgetown o profesionales progresistas -la mayoría de ellos blancos- es hoy su vecino y él se ha quedado en medio. Por supuesto, no pierde ocasión para invitarles a sus barbacoas de "marisco de 300 dólares", según me explica orgulloso, aunque el otro día un vecino que paseaba a su perro Víctor se me quejaba de que le pedía 30 dólares. Más allá de asuntos monetarios, hay poca disputa. Lo único que le molesta a mi vecino es que llamen a la policía cuando pone a su Beyoncé.

Experiencias así las hay de mi vecino y muchos. Han visto cómo su barrio ha mejorado en muchos aspectos. Las escuelas a las que van sus nietos son mejores a las que fueron sus hijos que hoy están en la cárcel. La violencia callejera ha disminuido notablemente y con ella las drogas y esos círculos oscuros. Al mismo tiempo, los alquileres y el coste de vida se han desorbitado, y cada par de meses el metro sorprende con una subida de precio a sus clientes.

Desde los noventa, el principal conductor de la transformación ha sido el aburguesamiento de los barrios, que atrae al EEUU que vivía en casas con jardines hacia una ciudad cada vez más cómoda, más segura y con más servicios. No obstante, en Washington, con una identidad y mayoría negra, esa llegada de blancos más ricos incomoda a afroamericanos. De haber sido un 60 por ciento de la población, los negros podrían ser menos de la mitad en los próximos años por primera vez desde los cincuenta.

Prácticamente todo es producto de una generación de políticos que tomó las riendas de este curioso "no estado" y capital de la democracia. Un amigo ha venido a trabajar en el ayuntamiento de Fenty desde Chicago -otro lugar en transformación- atraído por tan interesante momento. Dice que Washington es un experimento que observan el resto de ciudades estadounidenses que se inclinan hacia esa misma senda, la de un fuerte activismo cívico e intervencionismo municipal. Por descontado, esto es algo inusitado en este país.

La clave de esos cambios es a costa de qué y cómo se producen, y en ese espacio de debate se ha colado Gray. El alcalde, que no esperaba un enemigo de su propia ala demócrata, ha llegado tarde y a contra pie. Reclamos sobre la distribución de la riqueza y el desarrollo urbanístico entran en juego, pero la cuestión identitaria es esta vez la decisiva. Como ejemplo, mi vecino que, a pesar de no tener muy claro por qué, se plantó con su cártel de vota Gray con luces hasta la hora del cierre de las urnas.

Ahora sólo queda esperar los resultados de ese empeño y de una campaña de pocos recursos y mucho activismo, como suele ocurrir en los comicios más interesantes de este país. El veredicto está al caer.

P.D. Curioso resultado. Gray ganó efectivamente, pero ahora muchos washingtonianos se han organizado en una plataforma ("Run, Fenty, Run", en Facebook) para que se presente como republicano ya que la nominación al Partido Demócrata la perdió. Para entender el desafío de tal cosa, hay que saber antes que Washington D.C. es de los distrito/estado que en más porcentaje vota a demócratas, con mayorías por encima del 80 por ciento.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Septiembre

Por fin se acabó agosto.