martes, 14 de septiembre de 2010

Mi vecino y D.C.

Esta noche volvía a casa cansada de un día aburrido y me he encontrado a mi vecino en la puerta con un cártel con luces amarillas y coreando consignas a favor del candidato demócrata a la alcaldía de Washington, Vincent Gray. Faltaba media hora para cerrar las urnas.

El favorito de mi vecino podría hoy ganar las primarias y dejar fuera de las elecciones al actual alcalde demócrata, Adrian Fenty. Para un estadounidense de fuera de Washington, esta sería una gran sorpresa. En menos de una década esta ciudad ha vivido una de las transformaciones más radicales de su historia en cuanto a revitalización de barrios y reducción de la delincuencia en la que fue en su día la capital del crimen de EEUU. Y en parte el "artífice" del cambio está a punto de perder.

Es difícil entenderlo, pero si conoces a mi vecino y su historia, no lo es tanto.

Vivo en una calle de poco más de 20 casas en cada acera. En el centro y al lado de mi casita blanca, está la suya, donde vive su familia afroamericana de pocos recursos, la única que queda de ese estrato social.

En tardes con buen tiempo, suele sentarse fuera en una silla a escuchar Beyoncé. Sus nietos juegan al baloncesto mientras su biznieta -hija de su nieta de 16 años- corre descalza y con pañales como una campeona. En la puerta del hogar, donde también vive la abuela y una tía, cuelga con orgullo la fotografía de la familia Obama. La madre de los nietos ha vuelto esta semana por enésima vez a la cárcel, según me han contado hoy los niños.

Mi vecino también se precia de ser el "alcalde del barrio" desde hace 30 años, sobre todo las noches que se ha pasado con el güisqui. Hay que precisar que mi corta calle está en el borde de dos barrios. Hacia el oeste, está Shaw, un tradicional distrito afroamericano donde se encuentra la Universidad Howard, mítica por su activismo -de allí salieron los abogados que acabaron con la segregación escolar en un caso histórico que llegó al Tribunal Supremo. Pero también son calles en proceso de "gentrification" (aburguesamiento) o, en otras palabras, "saliendo del gueto". De vez en cuando escuchamos disparos de pandillas.

En cambio, si miras al este, las grúas levantan nuevos edificios de estilo europeo que chocan con la victoriana arquitectura washingtoniana. A dos calles, de camino al centro, te topas con supermercados como Safeway, con tomates a cinco dólares.

Como "alcalde", mi vecino ha presenciado todos esos cambios, ha visto cómo ese otro mundo más urbanita, de universitarios de Georgetown o profesionales progresistas -la mayoría de ellos blancos- es hoy su vecino y él se ha quedado en medio. Por supuesto, no pierde ocasión para invitarles a sus barbacoas de "marisco de 300 dólares", según me explica orgulloso, aunque el otro día un vecino que paseaba a su perro Víctor se me quejaba de que le pedía 30 dólares. Más allá de asuntos monetarios, hay poca disputa. Lo único que le molesta a mi vecino es que llamen a la policía cuando pone a su Beyoncé.

Experiencias así las hay de mi vecino y muchos. Han visto cómo su barrio ha mejorado en muchos aspectos. Las escuelas a las que van sus nietos son mejores a las que fueron sus hijos que hoy están en la cárcel. La violencia callejera ha disminuido notablemente y con ella las drogas y esos círculos oscuros. Al mismo tiempo, los alquileres y el coste de vida se han desorbitado, y cada par de meses el metro sorprende con una subida de precio a sus clientes.

Desde los noventa, el principal conductor de la transformación ha sido el aburguesamiento de los barrios, que atrae al EEUU que vivía en casas con jardines hacia una ciudad cada vez más cómoda, más segura y con más servicios. No obstante, en Washington, con una identidad y mayoría negra, esa llegada de blancos más ricos incomoda a afroamericanos. De haber sido un 60 por ciento de la población, los negros podrían ser menos de la mitad en los próximos años por primera vez desde los cincuenta.

Prácticamente todo es producto de una generación de políticos que tomó las riendas de este curioso "no estado" y capital de la democracia. Un amigo ha venido a trabajar en el ayuntamiento de Fenty desde Chicago -otro lugar en transformación- atraído por tan interesante momento. Dice que Washington es un experimento que observan el resto de ciudades estadounidenses que se inclinan hacia esa misma senda, la de un fuerte activismo cívico e intervencionismo municipal. Por descontado, esto es algo inusitado en este país.

La clave de esos cambios es a costa de qué y cómo se producen, y en ese espacio de debate se ha colado Gray. El alcalde, que no esperaba un enemigo de su propia ala demócrata, ha llegado tarde y a contra pie. Reclamos sobre la distribución de la riqueza y el desarrollo urbanístico entran en juego, pero la cuestión identitaria es esta vez la decisiva. Como ejemplo, mi vecino que, a pesar de no tener muy claro por qué, se plantó con su cártel de vota Gray con luces hasta la hora del cierre de las urnas.

Ahora sólo queda esperar los resultados de ese empeño y de una campaña de pocos recursos y mucho activismo, como suele ocurrir en los comicios más interesantes de este país. El veredicto está al caer.

P.D. Curioso resultado. Gray ganó efectivamente, pero ahora muchos washingtonianos se han organizado en una plataforma ("Run, Fenty, Run", en Facebook) para que se presente como republicano ya que la nominación al Partido Demócrata la perdió. Para entender el desafío de tal cosa, hay que saber antes que Washington D.C. es de los distrito/estado que en más porcentaje vota a demócratas, con mayorías por encima del 80 por ciento.

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