jueves, 25 de febrero de 2010

Becarios en campos de concentración

Para que nadie se queje...

Un programa en Corea del Sur "adiestra" a periodistas recién salidos de la universidad en algo parecido a un campo de concentración para periodistas. Pasan días sin dormir, horas y noches en las comisarías, y tienen que aprender a beber como cosacos.

South Korea boot camp for cub reporters
New reporters in Seoul are sent by employers to take part in a months-long program that includes living at a police station, little sleep and lots of drinking. Those who stick it out learn something.
FOREIGN EXCHANGE
February 19, 2010|By John M. Glionna
Reporting from Seoul — The young college graduate acknowledges that she has a job with pretty demanding hours -- like 3:30 a.m. to 3:30 a.m.

Sometimes, to get any shut-eye at all, she shares a bed with a bunch of other trainees. Then there's the minder who rules her every moment, even in the shower, not to mention the marathon drinking sessions to get her in fighting shape.

At 23, she's a cub reporter slogging her way through a grueling round-the-clock journalism training program that often plays out more like a college fraternity hazing. It's a sink-or-swim test of willpower and stamina designed to prepare young wire service, newspaper and television writers for survival in South Korea's no-holds-barred news culture.

"I think the toughest part is not being able to sleep," said the woman, running to another late afternoon court hearing at an hour when most workers were heading home. "That affects a lot of other things. Most nights, I feel lucky if I can sneak in three hours."

The decades-old program is loosely organized among a handful of news outlets in Seoul. Not every news company participates, but those that do send all new hires -- an annual total of 100 to 200 cubs -- to spend as long as six months proving their mettle.

They are assigned to various police stations where they eat, sleep and bang out their stories on crime, courts and hospitals on laptop computers.

At some stations, as many as 10 reporters sleep together on a 10-by-12-foot raised platform that serves as a bed. They're rarely allowed to go home, so even showers become a rarity.

The program is so rigorous that it was recently featured on a TV show detailing the country's toughest jobs. The cubs, fearful of the wrath of their employers, declined to give their names.

Even the police scratch their heads over the bedlam. Asked where the journalists slept at one station, an officer pointed down a dimly lighted hallway. "Just look for the dirtiest room," he said.

One local wire service reporter, a cub mentor who also endured the training, said big stories often require round-the-clock reporting efforts.

"Think about Haiti," he said. "If that kind of large-scale disaster happens, reporters might not be prepared for those circumstances without tough training."

Each news organization creates its own cub reporter hurdles. Some are higher than others. But most programs include a requirement that harks back to "The Front Page" days of American journalism: hard drinking.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Botas

Me he encontrado a mi compañera de piso en el salón con cara asustada. Acababa de colgar el teléfono.

"He visto la historia más triste de mi vida", me dice.

De vuelta a casa, se había encontrado a un vagabundo al que le habían quitado los zapatos. Estaba acurrucado descalzo en un rincón. Tenía miedo. Miraba a las sombras y escuchaba los pasos de la gente como esperando algo.

Tal vez sólo le habían quitado los zapatos. Posiblemente, había sido otro vagabundo.

"¿Quién sino le podía quitar unos zapatos?", me preguntó indignada. A mí y al resto de la humanidad.

En esta ciudad y durante esta nevada, había unas 6.300 personas durmiendo en la calle.

domingo, 14 de febrero de 2010

Domingos

Hoy ha sido uno de esos domingos que empiezan estupendamente, siguen más o menos bien, luego van mal, cinco minutos después van a peor y de vuelta a casa sientes que necesitas algo que te devuelva el ánimo para decir antes de ir a la cama: este ha sido un día que valía la pena.

Y esta vez ha sido algo que nunca falla: una película de Billy Wilder.

El impecable y más que recomendable film es el clásico "Testigo de cargo", ("Witness for the Prosecution"), con Marlene Dietrich y una obra de arte del suspense. Alfred Hitchkock contaba que más de uno le felicitaba por "su" película.

A parte de eso, os dejo mis últimas ridículas aportaciones periodísticas al Día de San Valentín.

Y la soledad de un panda. Tenéis que leer la noticia para entender la desconsoladora imagen.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Generación Electrocutada




El sábado unas dos mil personas se reunieron en Dupont Circle, una plaza en Washington para tirarse bolas de nieve como niños. Era una jauría de adultos sacando de sí mismos su rebeldía infantil. Había para todos los gustos: un chaval vestido un robot, un medio hippy sin camiseta corriendo en medio de la nieve y un superman vestido a lo tejano que se lanzaba a volar sobre la nieve. Mientras, los gritos de guerra a lo "Braveheart" y el ondeo de banderas pintaban una escena entre la comedia, el ridículo y la demencia.

Todos fueron convocados vía Facebook.

Ayer descubrí que están repitiendo la experiencia para organizar un "flash mob": una turba o multitud reunida un día sin motivo alguno más que para probarlo y tal vez bailar juntos un par de pasos aprendidos mediante Youtube.

Al enterarme de esto, me imaginé el metro colapsado y pensé en cuanto me fascina como me asusta el potencial del mundo digital.

El programa Frontline ha producido un excelente reportaje sobre todos sus dilemas, Digital National. El documento indaga en debates espeluznantes como el de una nueva generación -la mía y la tuya- que en lugar de escribir redacciones, escribe párrafos mientras consulta Facebook.

Este nuevo sujeto digital vive en el "multitasking" infinito: mil ventanas abiertas en tu explorador, consultas tu correo electrónico, el teléfono suena, por Skype te hablan y al mismo tiempo lees cinco periódicos. El efecto reiterado y diario de esta forma de trabajar y vivir nos convierte en seres "electrocutados por la distracción continua" y abre un nuevo mundo de exploración del pensamiento difícil de aprehender y de reconocer sus beneficios y perjuicios.

En Estados Unidos, ves ese individuo más extendido e integrado en el trabajo y en cada rincón de tu vida.

De camino al trabajo, todos teclean un Blackberry en el metro, las ruedas de prensa son teleconferencias y mi jefa dirige la redacción y todo Efe América desde el Skype. Existen ya puntos de encuentros virtuales de grandes empresas que han vaciado edificios para que la gente trabaje en su casa e interactúe en oficinas virtuales construidas a su gusto y según la imaginación de cada uno.

La digitalización incluso llega a un padre de familia que va a la guerra después de desayunar. Por la mañana, da un beso a su hijo, conduce su coche a un centro militar en Nevada y desde allí dispara en Irak y Afganistán. Las reglas le obligan, sin embargo, a vestir uniforme de piloto.

En la vida social, la gente ajusta su perfil de Facebook como si fuera una tarjeta de presentación modélica y sin fin. Me llama la atención que los americanos siempre rellenan los apartados de intereses, música y películas favoritas hasta el último detalle y con sumo cuidado. Un amigo nos preguntó a una italiana y a mí porque nosotros no. "¿Cómo voy a saber que os gusta si no lo escribís en Facebook?", se atrevió a decir. Mi amiga contestó: "Pues, pregúntamelo".

Esa irrealidad perpetua e hipercomunicación mediada hace imposible desconectarse del chat, de los comentarios de fotos, de los mensajitos del muro y de todo ese parque ficticio de amigos en el que continuamente hablas y te comunicas, aunque al final del día "We are all together alone".

Asusta aún más si lo ves en los niños. Aquí existen ya escuelas enteras organizadas según métodos de aprendizaje basados en videojuegos. Otras eligieron la inmersión en el mundo de los portátiles y ahora sus alumnos se miran al espejo a través de su webcam. Eso sí: el éxito escolar aumenta.

Después de una semana de nieve e Internet como único contacto con el mundo exterior, confieso que tengo un libro a mi lado sin abrir todavía, me ha costado escribir este post sin consultar otras ventanas y fui también a la "Snowball fight" convocada por Facebook.

Sí, qué le voy a hacer, soy parte de la generación electrocutada. Cuando vine a Estados Unidos hace unos años, ya me llamó la atención. Por entonces, Facebook acababa de aterrizar en sus vidas y el IPhone acaba de saltar al mercado. Dos años después, IPad deslumbra, tengo casi medio millar de amigos en Facebook y me he abierto una cuenta Twitter.

Estados Unidos nos adelanta para bien y para mal en esta inmersión virtual y es aconsejable observarlo para estar atentos hacia dónde vamos y cómo llevarlo.

Por el momento, mi única recomendación, si a alguien le sirve, es que hay que aprender tanto a conectar como a saber desconectar.

Corazones atropellados


lunes, 8 de febrero de 2010

Un mes en un post

Llegué con un taxista que casi me echa a patadas del coche, dos maletas gigantes y horas infinitas de esperas, cacheos indecentes y aeropuertos solitarios.

Un mes después, descanso plácidamente en mi calentita y acogedora casa después de comer un par de "cookies" de chocolate recién salidas del horno.

Entretanto, he vivido unas cuantas aventurillas que voy a resumir en este post, para que quede constancia.

La primera de ellas es un tiroteo en la puerta de la residencia donde he pasado mi primer mes. Exactamente, fueron cinco tiros y sonaron como una traca de boda. No hubo daños personales, pero la noche sirvió para que unos amigos me contaran historias insólitas sobre Anacostia, un barrio marginal del sureste de esta ciudad y una olla a presión de drogas, violencia y segregación urbana.

Aprendí palabras como "gentrification", traducida al español como "aburguesamiento". Su significado resume la transformación de esta ciudad en los últimos diez años y también el de la mentalidad de este país en algunos aspectos, como uno que me llama mucho la atención y en el que indagaré más adelante: la vuelta a la ciudad de los estadounidenses.

En pocas palabras, "gentrification" es hacer más bonitos y atractivos distritos maldecidos por la pobreza racial para que los blancos compren casas, vayan al supermercado y vuelvan a la ciudad. Ese proceso se escenifica por fases y en consonancia con planes urbanísticos. El barrio de mi residencia (Columbia Heights) fue uno de ellos, pero aún no está completamente "acicalado".

Ese mundo oscuro fue también el protagonista de la siguiente aventura que ocurrió la misma semana y en un lugar aún más cercano: dentro de la residencia. El FBI asaltó el hostal con un comando armado con escopetas y rodeando la casa después de haberse pasado la semana vigilándonos. El objetivo: el jefe de la residencia, quien se escapó por la ventana del tercer piso. Sí, como en las películas.

Y si estas historias ya me parecían insuperables, llego un lunes medio aburrida al trabajo y mi jefa me pregunta: ¿tienes el pasaporte contigo? Te vas a la Casa Blanca a cubrir la recepción de Obama a los Lakers. Corro con mi camarita hacia allá y en la puerta me encuentro a Lorenzo Milá.

¿Qué más puedo pedir?

Lo demás es todo nieve.

viernes, 5 de febrero de 2010

Desde mi Casita Blanca



Por fin colgué mis vestidos de verano en el armario. Ya tengo un hogar. Estreno blog desde mi Casita Blanca.

Nieva como nunca ha nevado en Washington desde 1922. Pero a pesar del frío, la vida me va bien: maletas casi cerradas, un vaso de whisky para combatir la "monster storm" y once meses por delante. La cuenta atrás empieza.