domingo, 21 de marzo de 2010

"Obama se corre de gusto"




Mientras en Valencia se quemaban fallas, en el Congreso de Estados Unidos los republicanos se quemaban los sesos para intentar frenar la que, aprobada esta noche, es la primera reforma sanitaria más próxima a algo parecido a un sistema universal después de casi cien años de debate enardecido y decenas de fracasos políticos desde el presidente Theodore Roosevelt en 1912.

Entonces, cuando se atrevió a decir que "deberíamos estudiar lo que los alemanes han hecho con las pensiones o el seguro médico de las personas mayores", perdió las elecciones presidenciales frente a Woodrow Wilson.

Casi un siglo después, Barack Obama, el primer afroamericano en ser presidente del país donde la esclavitud negra desgarró una sociedad durante siglos, vuelve a hacer historia en este país.

Historia, sí.

Por primera vez, ninguna empresa de seguros médicos podrá negar a los ciudadanos estadounidenses su derecho a cobertura médica por tener diabetes, cáncer u otra enfermedad.

Más de treinta y dos millones de personas hasta ahora sin seguro médico accederán a él.

Las personas que cambien de trabajo o se queden sin él no perderán su derecho a cobertura sanitaria.

Los actuales subsistemas más parecidos a un sistema sanitario público (Medicaid, para pobres, y Medicare, para personas mayores) ampliarán su cobertura y su dimensión.

En lenguaje demócrata, la salud será un derecho, no un privilegio.

En vocabulario republicano, el sistema sanitario se socializará, como los soviéticos.

Obama, quien vio morir a su madre de cáncer peleándose con las aseguradoras médicas, apareció en la Casa Blanca a las 12 de la noche agradeciendo el esfuerzo y manteniendo el tipo para hacerse la foto y pasar a la historia como el presidente que aprobó, por fin, la reforma sanitaria.

Los párpados se le caían después de una intensa semana con casi cien llamadas a congresistas en su Blackberry. Detrás, el vicepresidente Joe Biden se mordía los labios para no bostezar.

Son los estragos inmediatos de la política en estado puro, pero ahora todos se preguntan el coste del triunfo a medio plazo. O sea, en noviembre, elecciones. Y a los demócratas les duele ya la patada en el trasero que puede ser que sus votantes les den.

¿Será la victoria del voto aupada como un éxito político?

Con la balanza política ahora en el lado demócrata, solo les queda una: tener energía suficiente para la gran súper campaña de las campañas y dominar el debate político a toda costa en los próximos meses.

Si quieren revertir los efectos de una opinión pública confundida en el centro, enfurecida en la derecha y decepcionada en la izquierda, Obama se tendrá que imponer como el capataz de las cientos de campañas de legisladores demócratas que hoy han escuchado su pistoletazo de salida.

Es decir, ahora, a correr a por el otro voto, el suyo.

Mientras, aprobada ya la reforma y como una compañera de trabajo ha "titulado" imaginariamente la noticia del día, "Obama se corre de gusto".



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Autor: Manuel Bruque/Kai Försterling">Foto extraída de Levante EMV
Autores Kai y Manu

lunes, 8 de marzo de 2010

CNN Reports



La verdad es que al principio decía "hala con CNN". Me impresionaba su poder mediático, sus 24 horas siempre en marcha, siempre dando noticias, sus titulares impactantes, sus entrevistas en directos, las mil voces en pantallitas hablando, sus súper modernos equipos multimedia.

Ahora no la aguanto.

La belleza de Nueva York

A todos se nos ha perdido algo en esta ciudad y queremos encontrarlo. Lo pensaba de vuelta a Washington, leyendo con la luz del autobús y al lado de un terrorista en potencia que buscaba walkie talkies y armas de fuego en su Mac. De repente, mirándole de reojo por si acaso tenía que llamar al 911 y entregándome a mi lectura, me tropecé con esta definición de "La belleza de Nueva York", según el "Pequeño diccionario de palabras incomprendidas" del libro La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera.



- La belleza europea ha tenido siempre un cariz intencional. Había un propósito estético y un plan a largo plazo según el cual la gente edificaba durante decenios una catedral gótica o una ciudad renacentista. La belleza de Nueva York tiene una base completamente distinta. Es una belleza no intencional. Surgió sin una intención humana, algo así como una gruta con estalactitas. Formas, que en sí mismas son feas, se encuentran casualmente, sin planificación, en unas combinaciones tan increíbles que relucen con milagrosa poesía.

Sabina dijo:

- Una belleza no intencional. Sí. También podría decirse: la belleza como error. Antes de que la belleza desaparezca por completo del mundo, existirá aún durante un tiempo como error. La belleza como error es la última fase de la historia de la belleza.

(...)

¿Resultará que hay al menos algo acerca de lo cual los dos piensen lo mismo?

No. Hay una diferencia. Lo ajeno de la belleza neoyorquina atrae tremendamente a Sabina. A Franz le fascina, pero también le horroriza; despierta en él la añoranza de Europa.

Creo que es la más acertada descripción de los sentimientos encontrados que despiertan en un europeo este archipiélago de colores, vida y casualidad que es Nueva York.

Un universo propio que es aún más increíble cuando cuentas con la hospitalidad becaril de una neoyorquina romanticona que se lo patea y descubre todos los días entre orquídeas cubanas, hamburguesas servidas por cantantes que sueñan con Broadway y parques que suben y bajan entre las vías abandonadas de un tren.




P.D. Me he encontrado con mis impresiones de Nueva York hace dos años...

martes, 2 de marzo de 2010

La "happy hour" de los políticos

Muchos. Miles. Insignificantes. Vienen de todas partes.

Sueñan con estar cerca del poder. Y lo están, pero sólo físicamente. Una vez que llegan aquí la escalera se inclina aún más. Porque, de cerca y en contrapicado, las alturas imponen.

Algunos son más pobres que ricos, otros más cobardes que honrados. Los encuentras generosos, luchadores, lameculos, idealistas. Sus currículum están trazados milimétricamente con un compás en busca del ascenso en su carrera. Y todos ellos sonríen cuando la situación lo pide.

Encorbatados, estrechan manos, contestan llamadas, hablan y hablan, discuten, trabajan día y noche. El ritmo es incesante, imparable y les consume tanto como les atrapa. Ves las luces de las oficinas que no se apagan. "Algunos duermen allí. Sí, claro", confirman. Los maratones de comisiones, de convenciones y de reuniones lo exigen. O sino, puerta y que pase el siguiente.

Sólo a las seis de la tarde, cuando las "happy hours" los sacan de las formalidades grises de pasillos centenarios, hay tiempo para hablar de deporte, amigos y la vida real. O al menos eso creía él, un becario de 23 años recién llegado del otro Washington, uno de los estados más frondosos en naturaleza y progresistas en política del país.

Después de un día entero contestando llamadas de sus conciudadanos exasperados porque su senadora había votado una reforma sanitaria que no era la prometida, entraba relajado y sediento al mundo de la "happy hour" de los políticos.

A los cinco minutos, exclamó con un nudo en el cuello: "¿Qué pasa?". El reloj seguía hacia delante. La batalla de los contactos, de las miradas de complicidad, de la búsqueda del trato, del hoy por ti, mañana por mí, del sí, del no, del tal vez, de las tarjetas de visita, de los teléfonos sonando, de las risas falsas, de los rumores, del quién es quién, del dónde vienes, a quién conoces... no cesaba.

"Ambición política", le aclaró un hombre de edad indescifrable sentado en la barra.

Por la noche, de vuelta a casa en el metro, él y miles como él recordaron lo que sus padres esperaban de ellos.

El día que yo lleve tacones

Cumplo veinticuatro años y sigo sin llevar tacones. Lo he intentado varias veces. Mi madre me lo pedía desde los dieciocho. Hay algunos que me gustan, envidio a las que los llevan con ligereza y una sonrisa, y tengo algunos zapatos que incluso "taconean" como tales, aunque no lo sean. Pero me gusta escucharlos: el paso decidido, imponiendo, marcando... Suenan a mujer.

Pero un año más sigo sin cumplir mi promesa femenina y son ya veinticuatro.

A estas alturas, se puede decir o asumir que la adolescencia ha pasado, que aprobé a trompicones la universidad, que a mi cuenta de ahorros llega una suma de dinero que paga el alquiler y los caprichos, que he aprendido a hacerme a la cama y a cocinar de vez en cuando, que viajo sola en avión y me despierto cuando el despertador manda, que soy algo parecido a un adulto y que, sin saber por qué ni cómo, la vida me sonríe.

¿Y los tacones? Al año que viene... Déjenme no ser mujer todavía, dice una vocecita dentro.

Tarjetas de visita

Si algo pueden definir la relaciones sociales de Washington, es la formalidad y el "networking". O lo que yo llamo: tener tarjeta de visita.

Hoy me he tenido que volver a enfrentar a ello. No eres nadie si no entregas tu tarjeta. Tu nombre desaparece entre tanta gente importante, entre tantos nombres que nunca recordarás, pero que sabes que deberías. Lo pensaba mientras comía rodeada de expertos de revistas de jazz que hablaban de chiste en chiste sin que yo me enterase. Intentaba anotar en mi vaporosa memoria alguno de los nombres de los citados y hasta de los suyos me he olvidado, aunque por los guiños y expresiones de sorpresa al pronunciarlos sospecho que eran "alguien".

Esas comillas hay que ganárselas, claro. Yo me presento como "a reporter with EFE News Services. Yes, Spanish media. We provide news for Spanish-speaking countries and Spain. Yes, like AP". Pero en verdad quiero decir: "becaria despistada recién salida de la universidad". La formalidad, sin embargo, prima, porque sino la ciudad te engulle.

Y luego una vuelve corriendo a la delegación, escribe o intenta escribir, la información se esparce, se disemina a través del todopoderoso Google y a veces tu nombre aparece por allí y por allá, y alguien te pregunta qué haces.

Al día siguiente, otra vez te piden tu tarjeta. Sí, la maldita tarjeta. En algunas ocasiones, parece un concurso de reparto de tarjetas, a ver quién antes incluso de estrechar la mano, te lanza una a la cara. La tienen siempre preparada, asomándose del bolsillo de la chaqueta: mano, sonrisa, quién eres, tarjeta.

Cuando hemos acabado el postre, he pensado: mañana se la pido a EFE por mi cumpleaños.