lunes, 14 de junio de 2010

Katrina (Parte II)






Mientras hacía fotos a su casa, una niña de menos de cinco años me preguntó desde la escalera si es que me gustaba. Y le dije que claro. Después, se fue corriendo para dentro, aunque antes se excusó con amabilidad y cortesía.

Era uno de los hogares contruidos dentro del proyecto "Make it Right" de Brad Pitt. Cuando te topas con ellas, sabes que las has encontrado. Son raras. Unas originales, otras menos, pero chocan en este Nueva Orleans de casas cuadradas de madera y porches sencillos con alguna baranda y enrejado.

Al final me decidí a tocar a una puerta de ellas, donde parecía que vivía un pastor y que era al mismo tiempo iglesia y casa.

Era una pareja de unos cuarenta o cincuenta con un montón de niños, de los cuales muchos ya eran sus nietos en una casa donde no faltaban los pósteres de Barack Obama. Me hablaron con paciencia sobre lo que supongo tantos antes le habrán preguntado.

La voz ronca de la mujer enumeraba los que murieron con sobriedad, pero sin una sonrisa durante toda la entrevista. Cuando les pregunté hacia dónde dirigieron su furia o frustración cuando volvieron y vieron el barrio con aún cadáveres por encontrar, el padre se pasó cinco minutos intentando contestar, hablando de esperanza, de la comunidad, de lo mucho que había por hacer.

Ella le cortó y me contestó claro: I was angry at the government. Y se soltó fácilmente.


Las reparaciones de las casas están a medias.

Pocos han borrado las X que recuerdan lo que dejó Katrina. Ni las banderas rotas.



Unos ponen un cristal o una puerta. O lo que pueden.



En estos remolques, esperan algunas de las familia a las casas de Brad Pitt, un proyecto de hogares verdes que construyen arquitectos famosos de todo el mundo y que financia el actor con 5 millones de dólares. Los dueños de las casas tienen que pagarlas, si pueden.

Este es el muro de cemento que no estuvo el 29 de agosto de 2005. Tampoco es tan alto ni tan grueso.

El conductor del autobús me explicó que de vez en cuando se escucha una que se derrumba y es que el Ayuntamiento de la ciudad, dice, no tiene dinero ni para echarlas abajo.

Empezaron a aparecer tras Katrina para dar alegría al barrio. Las llaman casas felices.

Alec se acercó a mí cuando esperaba al autobús, como extrañado de verme. Al principio me dio un poco de miedo. Al final me contó su vida y se dejó hacer una fotografía.


Desempleado. El blanco de sus ojos es amarillento, como el de alguien enfermo. Volvió a Nueva Orleans cuando el imperio automovilístico de Detroit se desmoronó. Katrina le dejó tres días en el tejado, aislado con su hermano a la espera del rescate. No sabía nadar. Recuerda las cucarachas y las ratas.


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