martes, 31 de agosto de 2010

Colbert, el antídoto

Hay un hombre que todos deberíais conocer. Se llama Stephen Colbert y tiene un programa en el que lo da todo. Esta semana viene a cuento por varias razones.

Su personaje televisivo está construido a imagen de egocéntricos presentadores de televisión de la derecha estadounidense, como Billy O'Reilly o el ahora ya demasiadas veces citado Glenn Beck. Su definición más cercana sería la de "monstruos mediáticos que acaparan la pantalla con su verborrea hiperbólica y machacante hasta devorar el último resquicio de espíritu crítico y racional de su público". (No aceptada por la RAE todavía).

El personaje de Colbert encaja en esa categoría hasta tal punto que hay veces que te lo crees y aterroriza tanto como te hace reír por lo ridículo y extremo de su lógica conservadora. Su dominio de la retórica republicana y la capacidad de acertar con las falacias más extravagantes me llevó a pasar una noche entera discutiendo con estadounidenses que pensaban que él era derechas. Por supuesto no habían visto suficiente su programa o habían perdido el don humano de la sátira. Sea como sea, gracias a aquella conversación me topé con la pieza maestra de su carrera mientras buscaba en Internet algún dato que dejara claro sus credenciales políticos.

Y esa es la segunda razón por la que este post viene a cuento.

Antes de entrar a ella, hay que viajar al EEUU de los tiempos de George W. Bush. Hoy no es difícil. Barack Obama le recordó a su predecesor que hay que "pasar página" en su declaración de "fin de combate en Iraq" después de siete años y medio.

En poco menos de tres años, aquel país sufrió el desconcertante y traumático 11-S, aterrizó en el laberinto sin salida de Afganistán y emprendió una tortuosa carrera hacia Bagdad, que fulminó la credibilidad de los colores estadounidenses en el mundo.

Para llegar hasta allí, EEUU tuvo que atropellar muchos principios antes, sobre todo políticos -falsas armas de destrucción masiva- y periodísticos, como la reverencia mediática a un Gobierno "en la guerra contra el terror".

Y ahí es cuando llega Colbert en una noche especial.

La cena de la Asociación de Corresponsales, que tiene como invitado especial al presidente del EEUU, es un acontecimiento anual que reúne a lo más selecto de Washington. Las corbatas se ajustan bien y el champán corre por las copas del poder. Para animar la velada, cada año se invita a un cómico reconocido y el humor intenta atemperar una sala políticamente caliente y fácilmente excitable.

En 2006, el ambiente estaba cargado. O al menos en la calle. Basta mencionar que EEUU estaba a tres años de Iraq y a pocos meses de Katrina. Colbert fue elegido el cómico de la noche. Los asesores de la Casa Blanca confesaron más tarde que quien lo eligió no había visto demasiado sus programas -- como mis amigos estadounidenses. Por supuesto, el implacable presentador puso todas las cartas sobre la mesa y dejó al invitado de honor y a la audiencia (periodistas) muertos, pero no de la risa.

I stand by this man. I stand by this man because he stands for things. Not only for things, he stands on things. Things like aircraft carriers and rubble and recently flooded city squares. And that sends a strong message, that no matter what happens to America, she will always rebound—with the most powerfully staged photo ops in the world


El principio ya acorraló a Bush que, a poco menos de dos metros, lo miraba y escuchaba sin saber qué cara poner porque sabía lo que se le venía encima. Su exposición, de la que tampoco los periodistas quedaron bien parados y de la que sospechosamente poco se informó al día siguiente, fue un manifiesto contra la demagogia política.

Pero no una demagogia cualquiera. Se trata de algo más sofisticado. En vocabulario de Colbert, "truthiness", una verdad que una persona clama saber intuitivamente "desde los intestinos" sin importar las pruebas, la evidencia, la lógica o la reflexión intelectual. O "all fact, no heart (todo hechos, sin corazón)", otra frase recurrente del intérprete para denunciar en su papel el enemigo intelectual izquierdista y los libros.

Bush fue uno de los mayores beneficiarios de aquella exitosa política basada en esa amalgama retórica de reverencias al espíritu americano, héroes, patriotismo desmedido, fe, Dios y sentimiento puro y duro, y guerra contra el terror que caracterizó tanto a sus discursos poco "argumentados" y en general a su persona.

Casi una década después de aquella era Bush, aquellos vientos se van y vuelven una y otra vez y mientras las urnas se acercan Colbert sigue siendo su mejor antídoto.
Como prueba, pinchen en este vídeo sobre Beck.

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