"Be careful what you pretend to be because you are what you pretend to be." Kurt Vonnegut
domingo, 25 de abril de 2010
Conchita
No hay agente secreto que haya permanecido más años frente a la Casa Blanca que Conchita.
Esta gallega de 55 años protesta día y noche desde 1981 frente al hogar de los Obama. Su campamento de plásticos, cartones y pancartas plantado a unos metros, en el parque Lafayette, es todo un monumento a la resistencia, aunque es difícil calificar de qué tipo.
Los carteles dicen no a la guerra nuclear y a todas las guerras posibles y por haber. Su historia es, en cambio, un grito atormentado contra la vida y la pesada maquinaria de la ley, el Gobierno y el desamor.
Conchita, o Connie para los amigos estadounidenses, se casó con un italo-americano cuando tenía 21 años y al divorciarse en 1974 perdió su marido, su hija, su trabajo y su casa. Un tribunal de Manhattan le negó la custodia de su hija, según cuenta, porque el marido y su familia empezaron una campaña de acoso. Su respuesta fue un maratón de tribunales y despachos políticos que acabó donde hoy sigue. Era 1978 y con cartel en mano, se plantó frente a la Casa Blanca en el último intento desesperado por recuperar su vida.
Allí conoció a Thomas Doubting, un pacifista que murió el año pasado, a quien se unió en una vigilia incansable y empecinada por la paz y contra las guerras, que ha podido con todos los intentos policiales por quitarle las pancartas frente a uno de los lugares con más policías en los tejados y medidas de seguridad de Washington. Aún así, consiguió hacerlo su hogar, aunque tiene prohibido dormir en sacos de dormir, sentarse en una silla o portar más de una pancarta a la vez.
Está sola, pero ayudada de donaciones y siempre rodeada de turistas que la miran curiosos y le preguntan en todos los idiomas. Ella contesta infatigable y con una paciencia entrañable, y reparte hojas a cada uno según el idioma y la procedencia. Con cuidado, organiza las notas en una carpeta.
Además del calor, la nieve y la lluvia, ha sufrido palizas de radicales y el acoso policial. Pero allí sigue, con un pañuelo atado a la cabeza, ojos pequeños y mofletes y nariz quemados por el sol de los inviernos y los veranos. Los años pasan, las guerras también, nuevas sustituyen a las viejas y Conchita envejece mientras los presidentes siguen sucediéndose.
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Una de las mejores historias que he escuchado, has intentado publicarlo como tema?
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