viernes, 14 de enero de 2011

El sol de España


Una de mis primeras y más gratas impresiones cuando llegué a España después de un año fuera fue el sol y esta primavera de enero. Las otras fueron el griterío de Belén Esteban y su cuadrilla, la apatía del ciudadano medio y cuántos cárteles de “Se alquila” o “Se vende” se pueden encontrar por la calle. Descubrí que “Españoles por el mundo” ha abierto la mente a muchos y todo se compara con Dinamarca y esos países donde se da todo hecho como si fueran una puerta a una inmigración dorada, según recuenta la gente.

Anoche una mujer me lo repetía frente a una caña y unos chopitos refritos a 1,40 euros. El Real Madrid jugaba contra el Atlético y en el bar no quedaban sillas libres. Sus dientes, los de mi acompañante improvisada, estaban quemados. Calculé que reparar aquella dentadura costaría varios miles de euros. Daban tanto repelús que me resultaba difícil concentrarme en su relato. A su hija la iba a mandar a cuidar niños a Inglaterra, me explicaba. Estudiaba ADE, llegaba todos los días de la semana tarde, a las once de la noche, después de horas en la biblioteca y trabajar en el bar donde estábamos y dando clases a un niño. Pero no podía con todo.

A ella, la mujer de los dientes, la despidieron después de unos veinte años de comercial en un periódico. Ahora cuidaba a un viejo que ni hablaba ni se enteraba de su mundo alrededor. Le pagaban 50 euros por 24 horas. Iba a aguantar allí un mes. Con ese dinero se aseguraba un par de seguros. Tuvo suerte y pudo pagar la hipoteca con los dos millones de pesetas que le dieron de finiquito. Menos mal. Porque le quedaban pocas letras. A su vecina se lo quitaron casi todo. Solo le faltaban un par de millones por pagar, pero no podía y antes de que el banco le embargara el piso, lo pudo vender por diez millones menos de lo que le costó. Ahora le quedaban unos doce para ir tirando, aunque sea de alquiler. Mejor eso que nada. “Porque hay gente que duerme en los coches, como sale en Callejeros”, me decía para que apreciara su suerte.

Estaba en el barrio obrero de Elche. Escuché varias historias más. Familias que llegaron hace cincuenta años a la ciudad desde el campo o pueblos más pequeños de la provincia. Prácticamente todos vivían del calzado y algunos habían conseguido pagar un par de pisos. La riqueza se medía por pisos. Ahora la mayoría vive de las rentas, los finiquitos del despido, los 400 euros de desempleo al mes y trabajo mal pagado en el mercado negro. La mayoría de sus hijos han ido a la universidad y esperan a que se abran plazas para presentarse a las oposiciones. Algunos han decidido irse. Otros siguen los lunes al sol, porque hay veces que es lo único que queda. Que tampoco es poco para mí, que me he pasado doce meses sin él, pero que sabe a casi nada para el resto.

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