lunes, 10 de enero de 2011

Volver a casa


Volver a casa es cuanto menos extravagante. Incluso exótico. Hoy me he perdido por los cajones de la casa donde crecimos. Años de puertas y ventanas cerradas la han helado más de lo que ya era. Lo que no cambia es el lugar de los objetos. Los he abierto y siguen allí, imperecederos, con más polvo, con menos brillo. Ha sido como volver a aquellas tardes aburridas de domingos de invierno. Entonces era una niña y me perdía en casa registrando uno por uno aquellos compartimentos secretos. Rebuscaba como una gata, libre, curiosa, rebelde.



El trasteo de hoy, en cambio, me descubrió otras historias: las mías. Fotografías bien ordenadas y tituladas me recordaron a esa adolescente que recomponía con papel y tijeras su vida. Mis cedeses y mis cassettes sonaban como siempre, a canciones rayadas que todavía me atrapan en un ciclo ininterrumpido de darle de nuevo al “play”. Libros de tapas rotas, regalos de amores que no volverán, cartas insensatas... Hay tanto en tantos cajones, tantas cosas inútiles que no se pueden tirar. En mis últimos siete años he volado de casa en casa, de hogar en hogar. Me he divertido mucho. He conocido a tantas personas que serán parte de mi vida para siempre que es imposible arrepentirme de ese tránsito fugaz. Un día conté ocho casas, cinco ciudades y unos veinte compañeros de piso. Sin embargo, en ninguno de esos pequeños, intermitentes hogares pude dejar mis cosas, mis cajones llenos. Y aquí sí. Eso supongo que es el hogar, un lugar donde pasa el tiempo, todo sigue igual, y vuelves y ahí estarán tus cajones llenos de cosas inútiles y valiosas, perdidas, olvidadas, listas para volverlas a encontrar.

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